Por Martín A. Fernández Ch.
Enero
2015, re-editado el 06/08/2022.
Los helados hacían famosos los sitios. ¿Quién no recuerda La Tomaselli o Crema Paraíso?, cuando los domingos nuestros padres mencionaban cualquiera de estos lugares, automáticamente nuestro cerebro empezaba a buscar el catálogo de helados, seleccionando aquel que tocaba comerse. Y si nos llevaban a un restaurant a almorzar, que tuviese helado de postre, en caso contrario se descartaba para ir a comer.
El helado siempre tiene espacio en nuestro estómago, a pesar de haber comido un almuerzo o cena hasta reventar. Esto se debe, a que ese órgano ha evolucionado en el tiempo, para crear una inteligencia digestiva y engañar al cerebro, enviándole una señal de saciedad para finalizar el apetito por la comida, pero a su vez, creando las ganas por un postre de helado.
¿Quién nos enseñó a comer helado? Seguro que todos sabemos la respuesta y coincidimos en que fueron nuestros padres, de la misma manera que lo vamos haciendo con nuestros hijos. El comer helado es una de las tradiciones más versátiles y universales que ha pasado de generación a generación. Es el segundo alimento que probamos, luego de la leche materna en la lactancia, y que no dejamos de consumir hasta que nos llegue la muerte. Quizás no olvidamos la primera vez que lo probamos, porque éramos bebés, pero seguramente recordamos ese día que nos quedamos inmóviles, por la sensación de un frío tan intenso, que de la boca subió al cerebro para congelarlo, como consecuencia habernos metido en un buen tajo de helado.
Según la ciber-enciclopedia
“wiquipedia”, el primer helado aparece en los años 4.000 a.c., el cual era una
especie de pasta de arroz hervido con especias y leche, envuelta en nieve para
solidificarla. En Persia, 400 a.c. aparece también. Alejandro Magno, Nerón y
las cortes árabes, hacían sus cocteles de frutas endulzadas y los enfriaban con
nieve traídas por los esclavos desde las montañas. En China, el emperador Tang,
entre 618 y 697 a.c., hacía su mezcla de hielo con leche. El aventurero Marco
Polo, en el siglo XIII, llevó varias recetas de postres de helados usadas en
Asia, las cuales se volvieron populares en las cortes italianas y en el resto
de Europa. En 1986, el siciliano Francisco Procope montó la primera heladería
en París, reconocido por el Rey Luis XIV, en cuyo reinado comenzaron a
prepararse los helados de vainilla y chocolate, mas tarde, los de crema de
leche, y así evolucionaron hasta llegar a su forma actual. Luego, en 1913, se
inventó la primera máquina para elaborar helados. Hay que agradecer que se inventaran
las neveras refrigerantes, porque, de no ser así, la sociedad mundial
seguramente no estaría dividida en niveles socioeconómicos, sino en los
consumidores de helados y los vendedores de hielo (que no serían esclavos, sino
un grupo de personas visionarias, dueño de empresas instaladas en los polos
Norte y Sur, sacando hielo) y, hoy en día, el helado se cotizaría a precios
superiores al barril de petróleo.
Hay razones suficientes para decretar la celebración del día del helado. Esto sería para reivindicar el honor de aquellos hombres que se esforzaron por la creación y evolución de este sabroso producto, desde aquellos esclavos que tenían que traer hielo desde las montañas, pasando por los viajeros que trasladaron las recetas, hasta aquellos que fueron perfeccionando la fórmula. Toda una odisea histórica. Además, cuál era y sigue siendo la verdadera razón de salir corriendo a la salida del colegio, ¿para ir a casa?, pues no, todo ese agite se debe al desespero para comprar el raspado o el helado, antes de que se fuera el transporte. Y pensándolo bien, ¿Que mayor ofrenda podríamos darles a los extraterrestres cuando nos visiten? Estoy seguro que, si les preparamos una Banana Split, nos van nombrar como sus dioses.
¡Imagínense la
forma de celebrar ese día!, habrían “expo-ferias” donde podríamos disfrutar de
todos los tipos de helados, de todos los sabores, y hasta habría concursos para
inventar sabores. En todas las heladerías habría descuentos sustanciosos en los
precios. Las fábricas abrirían sus puertas para hacer visitas guiadas. Los
buhoneros venderían helados con anuncios para enamorados “un helado regalado,
es un amor asegurado”. Y lo mejor de todo, que ese día nos damos el gustazo de
desayunar, almorzar y cenar con la presencia de helado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario