domingo, 16 de julio de 2023

VEREDA TROPICAL

Fecha: 30/05/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Ese día lo habían pasado muy bien. Se levantaron a las 6 de la mañana para ir a misa y de allí salieron a las 9. De la Iglesia, fueron a desayunar a un restaurant de comida natural y saludable, por aquello de comer sano y no ganar peso. Luego, decidieron ir al supermercado para comprar lo faltante en casa y aprovecharon para llevarle algo al Papá de él, a pesar que éste les había dicho que no necesitaba nada, como dicen todos los padres cuando llegan a viejos.

Le dejaron su parte de la compra al Papá y compartieron un rato. Él se tomó dos cervezas y dos copas de una bebida gaseosa que, a pesar de haberle puesto jugo de limón, tenía un desagradable sabor amargo, ella los rechazó porque no le gustaba. Salieron al mediodía. Tenían hambre y decidieron ir a almorzar a un buen restaurant. Para acompañar la carne que comerían, pidieron una botella de vino blanco para compartir. Ella tomó más que él. Luego, él pidió un whisky para acompañarla. En ese momento, había una pareja de cantantes que animaban el lugar, cantaban música de boleros. Ella le dijo a su esposo tenía una voz melodiosa, como la de él, también dijo que se parecía a la de Tito Rodríguez, un bolerista puertorriqueño de los años 40. Al terminar su bebida, él pidió un trago de la casa, ella también (para aprovechar y darle uno adicional). Le trajeron dos sambucas en las rocas. Al de salir del restaurant, él le preguntó que si estaba en condiciones de manejar, a lo que le respondió que sí, pero que luego le cedería el volante. De allí se fueron a otro lugar, pensaron en verse con un amigo que era capitán de meseros y también escuchar ballenatos, que a ella le encantan. Pero se llevaron una decepción, porque no estaba su amigo y el conjunto musical era de tres jóvenes con estilo moderno. A pesar de eso, para pasar el tiempo o más bien para justificar la sentada en la mesa,  pidieron una copa de vino blanco, para ella, y una cerveza, para él.

Al salir, después de haber bebido todo esos licores, ella tomó las llaves del carro. Dijo que se sentía bien para manejar; aunque él no estuvo conforme, la dejó que siguiera conduciendo ya que estaba sarataco. Tomó la ruta de la colina, que no hubiese sido la que él habría escogido. En la radio del vehículo sonaba la canción “Vereda Tropical”, un viejo bolero que sonó a ritmo de salsa romántica, cantada por Rey Ruiz. Ella la cantó a todo gañote, él no, porque prefería escucharla y su voz lo enamoraba. Llegaron a una intersección, él vio por el rabillo del ojo derecho que venía un carro, pero no quiso avisarle para no asustarla, porque siempre le reclama cuando hace eso, además no había tiempo porque venía a velocidad imprudente. El choque fue inminente, llegó de manera intempestiva, por el costado donde él estaba sentado, fue fuerte. A ella no le dio tiempo a reaccionar. Tampoco a él, quien sintió el golpe en su pierna, le dolió hasta las entrañas, se dio cuenta que el golpe fue grave, pero se aguantó, prefirió no quejarse, para no angustiarla. Ella solo se golpeó levemente en la sien con la ventana. En ese momento se escuchó en la radio la estrofa de la referida canción: “Hoy solo me queda recordar, mis ojos mueren de llorar, el alma muere de esperar”. Él sintió escalofrío en todo su cuerpo y solo le tuvo tiempo de decirle a ella que todo estaría bien y que la amaba hasta el infinito, que su vida fue buena gracias a ella.

FIN

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