Fecha: 30/05/2023
Autor: Martín A.
Fernández Ch.
Ese día lo habían
pasado muy bien. Se levantaron a las 6 de la mañana para ir a misa y de allí salieron
a las 9. De la Iglesia, fueron a desayunar a un restaurant de comida natural y saludable,
por aquello de comer sano y no ganar peso. Luego, decidieron ir al supermercado
para comprar lo faltante en casa y aprovecharon para llevarle algo al Papá de
él, a pesar que éste les había dicho que no necesitaba nada, como dicen todos
los padres cuando llegan a viejos.
Le dejaron su parte de la
compra al Papá y compartieron un rato. Él se tomó dos cervezas y dos copas de
una bebida gaseosa que, a pesar de haberle puesto jugo de limón, tenía un
desagradable sabor amargo, ella los rechazó porque no le gustaba. Salieron al
mediodía. Tenían hambre y decidieron ir a almorzar a un buen restaurant. Para
acompañar la carne que comerían, pidieron una botella de vino blanco para
compartir. Ella tomó más que él. Luego, él pidió un whisky para acompañarla. En
ese momento, había una pareja de cantantes que animaban el lugar, cantaban
música de boleros. Ella le dijo a su esposo tenía una voz melodiosa, como la de
él, también dijo que se parecía a la de Tito Rodríguez, un bolerista
puertorriqueño de los años 40. Al terminar su bebida, él pidió un trago de la
casa, ella también (para aprovechar y darle uno adicional). Le trajeron dos
sambucas en las rocas. Al de salir del restaurant, él le preguntó que si estaba
en condiciones de manejar, a lo que le respondió que sí, pero que luego le
cedería el volante. De allí se fueron a otro lugar, pensaron en verse con un
amigo que era capitán de meseros y también escuchar ballenatos, que a ella le encantan.
Pero se llevaron una decepción, porque no estaba su amigo y el conjunto musical
era de tres jóvenes con estilo moderno. A pesar de eso, para pasar el tiempo o
más bien para justificar la sentada en la mesa, pidieron una copa de vino blanco, para ella, y
una cerveza, para él.
Al salir, después de
haber bebido todo esos licores, ella tomó las llaves del carro. Dijo que se
sentía bien para manejar; aunque él no estuvo conforme, la dejó que siguiera
conduciendo ya que estaba sarataco. Tomó la ruta de la colina, que no hubiese
sido la que él habría escogido. En la radio del vehículo sonaba la canción “Vereda
Tropical”, un viejo bolero que sonó a ritmo de salsa romántica, cantada por Rey
Ruiz. Ella la cantó a todo gañote, él no, porque prefería escucharla y su voz
lo enamoraba. Llegaron a una intersección, él vio por el rabillo del ojo
derecho que venía un carro, pero no quiso avisarle para no asustarla, porque
siempre le reclama cuando hace eso, además no había tiempo porque venía a velocidad
imprudente. El choque fue inminente, llegó de manera intempestiva, por el
costado donde él estaba sentado, fue fuerte. A ella no le dio tiempo a
reaccionar. Tampoco a él, quien sintió el golpe en su pierna, le dolió hasta las
entrañas, se dio cuenta que el golpe fue grave, pero se aguantó, prefirió no
quejarse, para no angustiarla. Ella solo se golpeó levemente en la sien con la
ventana. En ese momento se escuchó en la radio la estrofa de la referida canción:
“Hoy solo me queda recordar, mis ojos mueren de llorar, el alma muere de
esperar”. Él sintió escalofrío en todo su cuerpo y solo le tuvo tiempo de
decirle a ella que todo estaría bien y que la amaba hasta el infinito, que su
vida fue buena gracias a ella.
FIN
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