sábado, 6 de agosto de 2022

ADIVINANDO ROSTROS

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 24/01/2021, re-editado el 05/08/2022


El día aún estaba frío, posiblemente más de lo acostumbrado para la ciudad de Caracas, en el mes de Enero. Juan, quien ya alcanzaba los 60 años, así lo sentía, cuando las bajas temperaturas se les colaban a los huesos, haciendo que la sensación térmica fuese más aguda, hasta alcanzar un alto grado de obstinación.

El, estaba paseando por los canales de televisión, buscando inútilmente engancharse en algún programa, aunque fuese uno algo aburrido pero que lo entretuviera hasta las seis de la tarde, que es cuando empezaba su serie policial favorita, pero aún faltaba una hora, lo cual le era mucho tiempo para distraerse con esa mediocridad. De repente, se levanta y susurra para sí mismo "me voy a la plaza para ver si agarro algo de calorcito con este Sol". Se puso su mascarilla que estaba colgada en un clavo de la pared, al lado de la puerta de entrada, sus lentes oscuros de marca "Ray Ban", su gorra de Los Tiburones de La Guaira (su equipo amado de béisbol) y, finalmente, sus zapatos que estaban a un lado, antes de la salida, los cuales ya estaban desteñidos por tanto rociado de alcohol y cloro, que le aplican cada vez que viene de la calle.

Al llegar a la plaza, se sentó en un extremo de un banco ubicado de manera que llegara la proyección del Sol. Allí ya se encontraba otra persona, pero sentada en el otro extremo. Juan, como curioso de siempre, se puso a observar a las personas que estaban en la plaza, que eran pocas, posiblemente por las restricciones sanitarias recomendadas para cuidarse de la pandemia del COVID-19. Ellas vestían de manera particular, con chaquetas o franelas tipo mangas largas, algunas usaban guantes, la mayoría tenían mascarillas puestas y de variados estilos (las KN95 de 5 filtros, las médicas, las caseras de telas de colores o dibujos, etc.), que no se sabía cuánto tiempo de uso pudieran tener.

De pronto, el referido señor sentado al otro lado del banco, le preguntó "¿Eres Juan verdad?" A lo que Juan respondió afirmativamente moviendo su cabeza, tratando de identificar al tipo, viéndolo a la cara o lo que se deja ver de ella. El hombre tenía lentes correctivos de pasta, con un tapaboca de tela que tenía pintada una carita feliz, su cabello era crespo y algo largo de color rubio, pero con muchas canas. También se notaba que era de estatura alta, por sus largas piernas extendidas sobre el piso. Juan, trataba de buscar alguna pista para identificarlo, se le ocurrieron varios amigos que pudieran ser, pero los terminaba descartando porque había algo que no se ajustaba: «creo que es...pero, no es tan flaco; creo que es...pero, no es tan alto; creo que es...pero, no es tan canoso; o creo que es...pero, no es capaz de ponerse esa ridícula mascarilla». Al final, optó por la típica expresión para salir del paso “¡Epa pana! ¿Cómo está tus cosas?" Con la intención de darle continuidad a la charla y así, en el transcurso de ella, poder despejar las dudas sobre la identidad del hombre misterioso.

- ¡Dentro de las circunstancias que estamos viviendo, podría decirse que bien! ¡Por lo menos, hay que agradecer que estamos vivos! -dijo el hombre con una risa sarcástica contenida por el tapabocas, haciendo su voz más gruesa y tenebrosa. 

- ¡Tienes razón, chamo! Esto que nos está pasando, tiene sus temas escabrosos. Fíjate que uno de los problemas que tengo es poder descifrar la identidad de la gente. Es algo que me cuesta muchísimo. Las personas andan con sus rostros completamente cubiertos, no solo con mascarillas, sino también con otros accesorios que usan, como: lentes oscuros, gorras, pañoletas, guantes... ¡Caramba, así es imposible reconocer a alguien! -dijo Juan, quien no le quita la mirada al tipo, tratando de conseguir alguna pista que le permita descubrir al rostro detrás de la carita feliz. 

- ¡A mí también me cuesta un montón! En tu caso te reconocí por la gorra de Los Tiburones y tu caminar de pasos cortos cuando venías hacia acá, pero no siempre lo logro. Yo prefiero ver la cara de la gente cuando me hablan, es que el movimiento de los labios, la expresión de los ojos y las muecas que hacen, me ayudan a entender lo que dicen. Ahora, tengo que cerrar los ojos y escuchar atentamente, que, por cierto, la voz detrás del tapabocas se transforma y, si te descuidas, pierdes el hilo de la conversación. Y también pasa lo contrario: que los demás no lo entienden a uno. La verdad es que es muy frustrante todo esto -dijo el hombre anónimo, quien muestra su decepción dando unos manotazos al aire.

Ya Juan empezaba a tener sospecha de quien era la persona, por sus ademanes y por los movimientos corporales, le hacían recordar a su amigo Ricardo. Estaba seguro que era él, aunque lo veía algo delgado en comparación con la última vez que estuvieron juntos hace un año, un poco antes de iniciarse la llamada cuarentena, que luego se convirtió más bien en algo similar a una sentencia de casa por cárcel, con permisos breves de salida para tomar Sol. Ver a su supuesto amigo algo delgado le pareció razonable, pensando en la mala situación económica por la cual todos atraviesan o, mejor dicho, la que sufre gran parte del pueblo de a pie, la cual ha hecho estragos en la alimentación, incluyéndolo a él, quien también está más flaco, así lo comprueba cada vez que pone sus pantalones, que antes no necesitaba correa y ahora tiene que usarla porque se les caen. 

-   La otra vez andaba con mi novia haciendo la caminata mañanera diaria. Al otro lado de la calle vimos, frente al supermercado, un hombre que nos saludaba levantando su brazo. Yo no lo reconocí, pero ella me dijo que era Chuchú, la persona que nos ayuda a llevar las compras a la casa. Me dijo que lo reconoció por su habitual vestimenta, que cada vez le queda más holgada: chaqueta negra, pantalón caqui y con los zapatos de goma que le regalamos -dijo Juan, quien sigue fijándose en los detalles del tipo misterioso, para asegurarse de que es Ricardo. 

-  Fíjate que el otro día, me conseguí de frente con una compañera de prácticas de natación, que, por cierto, ya vamos a cumplir un año de la suspensión, a quien le decimos morocha. No me acuerdo si es Alexandra o Yolanda, no porque se parecen, es que soy malo para relacionar los nombres con sus rostros. La vi en un centro comercial, tardé en reconocerla, pero pude. Tenía tapabocas blancos y lentes oscuros; pero la delató la forma de moverse medio malandrosa, así como también, su cabello corto y de color negro. La saludé con un “Hola morocha”. Ella tardó unos segundos en reconocerme, hasta pienso que se asustó cuando la abordé, pero al final me saludó "Epa Pedro, cómo estás, ¿cuándo vamos a volver a nadar?", le respondí haciendo gestos con mis hombros, levantándolos en señal de incertidumbre. Fue una conversación fugaz, duró mientras nuestros caminos se encontraron, sin abrazamos, ni besos, por aquello del cuidado sanitario -dijo Pedro cruzando sus brazos a la altura de su pecho.

Si Juan no tuviese mascarilla, se le hubiera visto cómo su quijada se le caía de la sorpresa. Se dio cuenta que no era Ricardo, de lo cual estaba tan seguro que apostaría por ello.  Ahora, su incógnita era sobre quién es ese Pedro, no tenía ni la mínima idea, a pesar de tener un buen rato viéndolo y haciendo comparaciones.

-  ¡Eso pasa Pedro! Lo malo de este asunto es eso mismo que dijiste. A mí me gusta mostrar amabilidad con un apretón de mano o un abrazo o un beso en el caso de una mujer, porque pienso que esa energía hace bien en lo emocional. ¿Tú sabes lo mal que se siente uno, que no puedas abrazar y besar amorosamente a tu gente querida? ¡Que uno no pueda tener una reunión familiar de manera libre, sin tanto miedo! Cualquiera se deprime con toda esta circunstancia. ¡Pero bueno, no hay que rendirse, hay que resistir! Esto es transitorio y debemos tener paciencia -dijo Juan, quien seguía hurgando en sus recuerdos para saber con cual Pedro está hablando. 

-  Sí, son muchos cambios que se contraponen con nuestras costumbres y rutinas diarias. El otro día, salí con mi esposa para ir a visitar a una amiga. Ella es hermosa, me considero afortunado por su amor, lo cual siempre doy gracias a Dios por tenerla. En el ascensor, hubo unos segundos que dudé si ella era la mujer que tenía en frente, porque al verla con tapabocas y lentes con vidrios amarillos, combinando con el color de su cabellera, sentí de repente que estaba con una desconocida. Pero la lógica me aseguró que era ella, ya que habíamos salido juntos del apartamento y solo éramos dos en el ascensor. Además, ese cuerpo que tiene, hace que mi cuerpo lo reconozca -dijo Pedro, que le está haciendo señas con la mano a un par de mujeres que venían caminando, como para que supieran donde se encontraba. 

 - ¡Eso si es gracioso! Eso se podría llamar "laguna mental mortal". ¡No le vayas a decir a tu esposa ese cortocircuito que tuviste, si no quieres lío!    -dijo Juan, riéndose a carcajadas con las manos sobre el tapabocas para que no se le bajara al cuello. 

-  ¡Ni de broma! Esas son las cosas que uno debe guardarse -dijo Pedro, quien también se ríe. 

-   Escucha lo que te voy a decir. El otro día fui al Centro de Caracas, con mi novia, en vehículo. Para una diligencia importante. Pasamos por toda la Avenida Baralt, que tenía un tráfico de infierno. Casi al final, tuvimos que cruzar por la calle que pasa por el frente del Mercado de Quinta Crespo. ¡Te quedas loco de lo sorprendente! Allí hay una anarquía total, mucha gente caminado por donde les da la gana, se mezclan con los vehículos, la mayoría andan sin mascarillas o las mascarillas las llevan en la garganta, los tapabocas son variados, que seguramente ninguno sirve. Nosotros, adentro de la camioneta, estábamos aterrados porque pudiéramos contagiarnos, a pesar de tener las ventanas cerradas -dijo Juan, quien de vez en cuando volteaba para observar a las mujeres que venían, para ver si las identificaba y así lograr saber quién era ese Pedro. El cuerpo de una de ellas le atraía, tenía algo que le era familiar. 

-  ¿Cómo puede uno ser simpático, si no puedes mostrar una sonrisa? Yo tengo cejas pobladas, quien me ve piensa que estoy arrecho, pero cuando sonrío compenso esa primera impresión. Pero, ¿cómo hago con un tapabocas? Es imposible expresar bondad con un rostro oculto. Quizás si existiese un ademán o algunas señas que todos entiendan, para dibujar imaginariamente una sonrisa o alegría, sería fabuloso para acercarse emocionalmente a los demás, pero no existe. Es que el rostro refleja emociones en sintonía con lo que dices. Si alguien con cara brava te dice “esto es un atraco”, inmediatamente entiendes y te asustas. Si alguien te dice “te amo” con una cara de alegría, le tienes que creer, porque notas la sinceridad en el rostro. ¿Y ahora? ¿Cómo haces con un tapaboca? No puedes identificar la sinceridad de las emociones. Imagínate a alguien diciéndote "esto es un atraco" o "te amo", con una mascarilla. Suponte el caso que tengas que denunciar a un atracador, ¿qué le vas a decir al policía? ¡Que era un hombre con un tapabocas, con lentes oscuros, con una gorra y con chaqueta negra, si gran parte de la gente anda así! -dijo Pedro, que esta vez se movió expresivamente con los brazos y el torso, buscando reflejar su consternación. 

-  ¡Caramba! ¡Qué difícil es esto! Definitivamente, tratar de ver los rostros ocultos es peor que mirar a una pared, porque ella por lo menos te muestra un grafiti y expresa algo -dijo Juan, quien ve que aquellas mujeres están entretenidas conversando con una persona, con la vista fija en la que le gusta. 

-   A veces pienso que me estoy volviendo sordo. Como también pienso que los demás no me escuchan, entonces cada vez hablo más fuerte. Siguiendo con los cuentos, el otro día vi a un hombre mayor parado en la isla central de la calle principal de la urbanización, pareciera que estaba esperando a alguien. Digo que era mayor por su cabello blanco. Era flaco, como de mi estatura y algo encorvado. Se parecía a un amigo mío que no veía desde hace un buen tiempo, quien es arquitecto y siempre conversábamos sobre diversos temas referidos al país. Pero, tenía mascarilla y no estaba seguro si era él, porque la última vez que nos vimos, me dijo que se iba a España a vivir con su hijo. Me dio pena abordarlo, por eso de la vergüenza de equivocarse, también estaba algo apurado. ¡Qué tonto fui! No hice nada y me quedé con la duda que se me hizo perenne, por estupidez -dijo Pedro, con una leve subida de hombros y haciendo seña a las mujeres para que terminaran de llegar. 

-  Es que ver la cara de la gente es importante. Hace días, fui con mi novia a comer "sushi" en un buen restaurant, para aprovechar la oferta de dos por uno. Allí atiende gente joven, todos visten de negro: pantalón, camisas de mangas largas, mascarillas y pañoleta en la cabeza, todo de negro. Todos parecidos, solo se distinguen las mujeres de los hombres, por razones obvias. Son amables y muy atentos. Pero no puedes identificar bien al que te atiende, tú sabes, por aquello de ser empático para que cuando regreses te vean como cliente asiduo y te presten una mejor atención. Lo que pasa es que ellos tampoco pueden reconocerte como cliente, aunque pueden ver tu cara cuando se está comiendo. Uno duda en dejarles propina, porque en fin, queda la duda si te atenderán mejor la próxima vez -dijo Juan, que al ver que ya tiene a aquellas chicas cerca, se da cuenta que una de ellas, la que le gusta, se parece a su novia Tamara. 

- ¡Qué sorpresa Juan! ¿Y eso que bajaste a la plaza? -dijo Tamara con expresión burlona, porque a Juan no le gusta mucho bajar a la plaza. 

- ¡Hola mi amor!, bajé a calentarme un poco con el Sol. Pero ya tengo que volver, estoy pendiente de un programa que está pronto a comenzar -dijo Juan algo incómodo porque sentía que no la había reconocido de lejos, aunque tuvo esa atracción por ella. 

- ¡Qué casualidad que te conseguiste a nuestro vecino! Se quedó aquí mientras me fui a caminar un rato con su esposa, para acompañarla a hacer algo de ejercicio -dijo Tamara. 

- ¡Para mí es suficiente lo que hacemos todas las mañanas! Ya me tengo que ir. Pedro, fue un placer conversar contigo. ¡Vecina!, según dice mi esposa quien eres, porque con esa mascarilla, el sombrero y los lentes, solo me queda confiar en lo que ella dice ¡Que la sigas pasando bien! -dijo Juan, quien se levanta y regresa a su casa. 

La incertidumbre de Juan continuó, a pesar de que su novia le aclaró que ese hombre era Pedro, su vecino, aún no lograba ubicar el rostro en su memoria. Quizás, lo ve todos los días, pero desconoce los nombres de la mayoría de los vecinos y, aunque dice tener una memoria fotográfica, ella solo le funciona cuando los rostros no están ocultos.




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