viernes, 22 de julio de 2022

¡DIOS EXISTE!

Por: Martín A. Fernández Ch.

Fechas: Octubre 2014, re-editada el 22/07/2022.

  

Para mí, todo comenzó un día martes 14 de diciembre de 1999.

Estaba celebrando el día Internacional del Tasador Panamericano, fue una reunión realizada en horas de la noche, festejando entre colegas y amigos, con bebidas y pasapalos. En este ambiente de cordialidad se hablaba sobre temas gremiales y del país, específicamente, que el siguiente día  sería el referéndum para aprobar la nueva Constitución.

Normalmente, no me gustaba estar hasta muy tarde en Caracas, porque vivía lejos, en una urbanización llamada Carmen de Uria, ubicada al margen derecho de la carretera, antes de llegar a Naiguatá, en el Litoral Central. Las salidas nocturnas implicaban llegar muy tarde a mi casa  y entonces se tenía que sufrir de las penurias del servicio de transporte público nocturno. Pero lo más angustioso era que mi Mamaíta no descansaba hasta que llegase a casa, con bastante razón, puesto que representaba peligro. Pero en esta oportunidad, pude quedarme hasta más tarde, debido a que me esperaban una pareja de amigos, quienes andaban en vehículo y vivían en la misma zona. Llegada las nueve de la noche, me despedí de la reunión y fui al encuentro de mis amigos.

Ella, que trabaja cerca de mi oficina, le insistió a su novio que quería pasear por el Sambil, a lo cual no pudo negarse, y me tocó acompañarlos. Por un buen rato, nos perdimos caminando por los pasillos viendo tiendas, más tarde nos apeteció cenar en dicho centro comercial. Estaba despreocupado por la hora, y fue como a las once cuando decidimos bajar a La Guiara.

Durante el camino tuvimos una leve lluvia. Ciertamente, desde Septiembre ya venía lloviendo y con más frecuencia desde hace cuatro semanas, siempre se presentaban lloviznas de ratos. Ya habían ocurrido algunos derrumbes, pero siempre se pensaba que era una situación normal y natural. Mi amigo, que se crió en Uria, conocía las eventualidades que podrían presentarse en el camino y no dejaba de decirnos que la carretera se pone peligrosa con las lluvias, especialmente en el tramo Tanaguarena al pueblo de Uria, puesto que de las laderas se desprendían rocas por causa de la erosión del agua y, si sigue lloviendo, era preferible quedarse en otro lugar. Adicionalmente, nos preocupaba pasar antes de desbordarse la quebrada llamada “La Escantarilla de Oro”.

Dicha carretera es estrecha, con una intensa oscuridad y con estas condiciones de clima, nos obligaba a estar alerta y a poca velocidad. En la medida que nos acercábamos a la bendita quebrada, el lodo en el asfalto se hacía más abundante y, justamente en el puente de la referida quebrada, se atascó un vehículo que iba delante de nosotros; el cual quedó atravesado de tal manera, que no dejó espacio para que ningún otro pudiera pasar. Algunos intentaron empujarlo a pié, luego probaron remolcarlo con un carro, pero fue inútil. En eso, empezó a llover más intensamente, haciendo que bajara mayor cantidad de lodo de la montaña, lo cual nos preocupó realmente cuando comenzó a cubrir dicho carro atascado. Entonces, fue cuando decidimos dar vuelta atrás. Esa noche, no tuvimos otra opción que quedarnos a dormir en un motel, en Tanaguarena.

Pienso ahora, que no recuerdo haber pensado en ese momento que, si mi amiga no se hubiese antojado de pasear por el centro comercial, esa noche estaríamos en casa temprano. Pero entonces, otro gallo cantaría y alguno de nosotros no habría sobrevivido a lo que luego sucedió. Dios quiso que permaneciéramos en el lugar correcto para nuestra protección.

Miércoles: día del referéndum “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella”.

Amaneció. Recuerdo que era un día claro, aún nublado, aparentaba un día normal. Intentamos nuevamente ir a la casa, pero nos conseguimos con una montaña de tierra sobre la carretera, lo que significaba que estaríamos a la deriva por un buen tiempo. Les propuse ir a Los Corales, allí vivía un familiar, una prima de mi mamá. Ella al vernos nos dio desayuno y pude cambiarme de ropa (andaba con un traje formal de la reunión de la noche anterior) por una vestimenta más cómoda (franela, short y sandalias). Al rato, llegó mi primo (segundo hijo de la prima), echándonos los cuentos sobre los derrumbes en el sector de Corapal, y que estuvo toda la madrugada auxiliando a vecinos.

Salimos de nuevo a ver la situación del referido derrumbe en la carretera. El avance para despejarla por parte de las autoridades locales, pero iban a paso de tortuga debido a la gran cantidad de tierra que había. De pronto, empezó a lloviznar nuevamente, lo que nos hizo salir de allí, pero en esta oportunidad, nos fuimos al apartamento de un amigo que vivía en el Caribe, en el edificio denominado Los Molinos, colindando con la parte norte de los campos de golf. Yo había propuesto ir de nuevo a Los Corales, pero mis compañeros no estuvieron de acuerdo conmigo, siendo una sabia decisión y muy acertada. Allí almorzamos, nuestra intención era que este amigo nos llevase hasta el derrumbe para que nosotros cruzáramos caminando, pero no estuvo de acuerdo porque seguía lloviendo. Nos propuso quedarnos a dormir y al día siguiente, por la mañana, nos llevaba. Aceptamos y pasamos la noche, pero no fue la única.

Jueves: “el cielo se hace agua”.

La lluvia continuó, pero esta vez con mayor intensidad. La noche la pasamos algo incómodo, durmiendo en la sala, sobre una colchoneta, pero descansamos algo. Pensaba que el aguacero solo tenía la intención de arrullar los sueños y que, en la mañana, el cielo se abriría para dar paso a la luz; pero no fue así, amaneció oscuro.

Al levantarme, mi amigo menciona que habló por teléfono con su hermano, quien le dijo que el río de Carmen de Uria estaba crecido y a punto de desbordarse. Esto me preocupó porque mi casa se ubicaba a una calle. Más tarde, pude saber que mi familia se encontraba bien, pero no había podido hablar con ellos.

Yo aún vivía con mis padres, al igual que mi hermano menor con su esposa y la bebé. También, todas las tardes, mi madre cuidaba a mis tres sobrinos, que el transporte  los llevaba luego de salir del colegio. Mi cuñada, la esposa de mi segundo hermano, siempre los buscaba al final de su jornada de trabajo, pero que en esta oportunidad no pudo hacerlo por los problemas en la vía con las lluvias.

El día transcurrió sin parar de llover, por la ventana se mostraba un cielo ennegrecido, muy tenebroso. Recuerdo en el pasado haber visto lluvias intensas, donde el agua corría por las calles, las alcantarillas se tapaban y se formaban lagunas en las vías, siendo divertido ver los carros intentando pasar. Yo, aún seguía pensando que la tormenta era pasajera, solo me preocupaba que se fuera a desbordar el Río de Uria.

Entrada la noche, mi amigo me dice que el río se desbordó. Ahora si estaba preocupado, pero mantenía la Fe que mi familia estuviese a salvo. Esa noche la pasamos intranquilos, dormimos poco. A veces, teníamos señal de celular (el mío, por olvido, lo había dejado en casa, así que estaba a la merced de los demás sobre las noticias) y podíamos comunicarnos con la gente del sitio, que por referencias que daban dichas personas, me enteraba que mi familia se encontraba bien.

Viernes: “ahora si es en serio el aguacero”.

Es cuando me doy cuenta que la situación no es pasajera, que no es una nube como a veces decimos. El cielo lloraba a cántaros, era un llanto que no tenía consuelo, y la angustia nos invadió. Nos enteramos que Carmen de Uria era un desastre, que el desbordamiento del río hizo estragos, derribando casas habitadas y que se había llevado todo por delante. Esa noche no dormimos y fue larga, muy larga.

En una de las llamadas que logramos hacer, nos dicen que el río se llevó a una amiga de la familia y a su hija, no se supo más de ellas, desaparecieron en hundidas en la brava corriente. Mi gente seguía a salvo, pero aún no había podido hablar con alguno de ellos.

Al celular de mi amigo, llama mi cuñada, la madre de mis tres sobrinos. Ellos vivían en un sector que se llama San Julián, hacia la montaña, donde nace un río con ese mismo nombre. Ella me pregunta, con voz desesperada, si tengo noticias de sus hijos, a lo que le respondo que están bien, pero ocultándole que no he podido contactarlos directamente, que todo lo que sabía, era por referencia de otros. También hablé con mi hermano, quien me dijo que donde estaban era un desastre, que el río estaba crecido, matizando el drama con la frase “se parece al Niágara”, que estaba violento y arrastraba consigo troncos inmensos de árboles que venían desde lo alto de las montañas, de la parte norte de la cordillera de la Costa. El Ávila se estaba desgarrando y mostrando una debilidad insólita.

Más tarde mi cuñada, vuelve a llamarme, esta vez para despedirse y pedirme que cuide a sus hijos. La animé o eso traté de hacer, diciéndole que todo va a salir bien.   

Sábado: “el Sol sale para todos”.

El cielo siguió triste en la madrugada, pero su intensidad disminuyó. Solo a ratos podíamos conciliar el sueño, ya comenzábamos a mostrar la desesperación en llantos. En mi caso, no perdía la Fe en que mi gente sobreviviera, pero a veces me desanimaba.

¡Amaneció! No creo haber visto en mi vida un cielo tan hermoso, aunque tenía aún ciertas nubes, pero el Sol asomó su cara y sus rayos comenzaron a penetrar para calentar el ambiente. Surgió la esperanza. De repente comenzó a escucharse los helicópteros en el cielo, se había iniciado el rescate masivo, volaban como enjambres de un lado a otro. Cerca de donde estábamos se ubicaba el lugar designado para evacuar a la gente, que se encontraba dentro del campo de golf. Nuevamente, nos comunicamos con la gente de Uria, ya se había iniciado su rescate en helicópteros para llevar a la gente al aeropuerto de Maiquetía, luego también dispusieron de buques de guerra para transportar tropas, pero en este caso se llevaban a la gente al Puerto de La Guaira.

En eso, salimos a la calle. Todo era un ambiente de caos, se caminaba sobre el barro que aún estaba húmedo, con fuerte olor a tristeza, la gente deambulaba como muertos vivientes, sin rumbo definido, unos iban y otros venían. Fuimos al campo de rescate y desalojo aéreo, el cual estaba coordinado por el Ejército. Las familias estaban organizadas en fila, esperando su turno para montarse en el helicóptero, todos deseaban salir de allí desesperadamente, sin importar lo dejado atrás, sin interés sobre destino del viaje, solo querían irse. En mi caso, solo pensaba reunirme con los míos.

Luego, bajamos a la Marina del Hotel Sheraton, para intentar navegar y llegar al pueblo de Uria, pero era imposible y muy peligroso, porque en el mar flotaban troncos de árboles como cardúmenes, que habían sido vomitados por los ríos y quebradas, luego del hartazón de rabia de las montañas. Entonces, nos regresamos al lugar de nuestro sitio vacacional, en el camino perdí mis sandalias, se rompieron por el pesado caminar que se hizo por tanto lodo pastoso.

Llegando a la puerta del edificio, me llevo mi primera sorpresa, dificulto que haya sido casualidad. Y veo venir a mi hermano con su esposa, quienes se habían despedido para siempre la noche anterior, Yo solo les dije ¡coño, están vivos! Nos abrazamos, no hubo llanto, tampoco alegría, aún estábamos absortos del terror de los días pasado. Mi cuñada, preocupada, solo me preguntó ¿Qué sabes de los niños? A lo que respondí: “supe que a la gente de Uria los estaban llevando al aeropuerto”. Ella se fue hacia el lugar del rescate y logró montarse rápidamente en un helicóptero. Y mi hermano se quedó conmigo.

Yo andaba descalzo, pero, por los lados de la piscina del edificio, había un par de zapatos de goma abandonados, nadie me supo decir de quién era, más bien los vecinos me decían que los agarrara, lo cual hice con entusiasmo y alivio.

Estando todos juntos, mi hermano, mi amigo y Yo, decidimos irnos del lugar. Iniciamos nuestra caminata hasta La Guiara, allí nos esperaban unos amigos caraqueños que habíamos contactado para que nos buscaran.

No éramos los únicos, era una gran marcha, como aquellos éxodos de pueblos completos que huyen de la guerra o de una epidemia, a la cual nunca imaginé ser parte de una. En ese largo camino, fue cuando verdaderamente me di cuenta de lo que había pasado. Entendí que el desastre era generalizado, que el terror vivido no era de pocos, sino de muchos. De vez en cuando, le preguntaba a mi hermano: ¿Dónde estamos? Y me respondía: “creo que por El Palmar o por Corapal”, fueron preguntas recurrentes que le hacía. Quizás podía intuir más o menos donde estábamos, pero el paisaje estaba tan cambiado, que no identificaba la calle ni el lugar. Seguimos nuestro andar, en el trayecto nos conseguíamos amigos, lo cual nos alegrábamos al vernos e intercambiábamos los horrores vividos y las noticias de los sobrevivientes. 

Llegamos a La Guaira, donde nos estaban esperando los amigos caraqueños en motos. Yo nunca me había subido en una y no pienso hacerlo más, a no ser que verdaderamente lo necesite. Ellos tenían la intención de llevarnos directamente a Caracas, pero les pedimos pasar primero por el aeropuerto de Maiquetía, queríamos ver si nuestra familia estaba allí.

El aeropuerto era un caos, personas amontonadas por todos lados, algunos de pié, otros sentados en los pisos. Todo lucía desordenado, se sentía un profundo hedor en el ambiente. Mi hermano y Yo lo recorrimos rápidamente, pero no vimos a nuestra familia, solo conseguimos amigos que nos dijeron que los habían visto. Al salir de ese sitio, me conseguí con mi primo de Los Corales, quien me dijo que su madre (la prima de Mamaíta) estaba bien y nos ofreció quedarnos en Catia La Mar, en casa de una familia, lo cual se lo agradecí, pero nuestra prioridad era conseguir a los nuestros.

Ya estaba oscureciendo, ya era casi las seis de la tarde. Nos montamos de parrilleros en las motos. Nuestros amigos caraqueños nos dijeron que estaban atracando en la autopista, por lo cual subiríamos rápido y sin parar. Así lo hicimos. Pensaba que no llegaría, las piernas me dolían de apretarlas para no caerme de la moto. Cuando llegamos a la autopista Francisco Fajardo, a la altura de la entrada a la urbanización El Paraíso, le pedí al conductor que parara, necesitaba estirarme y relajarme un rato. En Plaza Venezuela, nos esperaban  otros amigos en un vehículo, donde iríamos más cómodos. Esa noche, nos bañamos, cenamos y dormimos en una buena cama.

Domingo: “el día del encuentro”.

Al día siguiente, luego de desayunar, nuestro anfitrión nos llevó al aeropuerto La Carlota, para averiguar sobre nuestra gente. En la lista de damnificados, vemos los nombres de nuestro padre y de nuestro hermano menor, donde decía que habían ido a la Embajada de España.

Allí nos conseguimos a grupo de médicos, que se iban para atender a la población de Higuerote, pidiéndoles la cola hasta la salida del aeropuerto. Nuestro plan era ir al C.C.C.T. para llamar por teléfono y que nos ayudaran. Cuando estamos por cruzar la calle en dirección al referido centro comercial, escuchamos nuestros nombres, al voltear, vimos que eran nuestro primos de Los Teques que nos llamaron, nos dijeron que estaban desde temprano haciendo guardia por si aparecíamos, la alegría fue inmensa al verlos, y más aún cuando nos indican: ¡Ustedes son los que faltan, todos están en el Colegio San Ignacio de Loyola, esperándolos!

Llegamos a dicho colegio, nos identificamos como damnificados, y nuestros primos nos condujeron a donde estaban los demás, en un salón de clases que habían habilitado para hospedar a la gente. Al entrar por la puerta, todos corrimos a abrazarnos y besarnos, lloramos de alegría, lo importante era que todos estábamos vivos.

Dios existe, de eso no tengo dudas.

Siempre que recuerdo lo sucedido, concluyo que hubo algo todopoderoso quien jugó las piezas correctamente. Si mi amiga no se hubiese antojado de pasear por el Sambil, hubiésemos llegado temprano y habríamos podido pasar al pueblo de Uria, pero quizás no hubiese sobrevivido a los acontecimientos sucedidos que luego me contaron. Y si hubiéramos decidido dormir en Los Corales (urbanización que quedó completamente devastado), lo más probable es que hubiese desaparecido bajo las corrientes del río San Julián.

Otro milagro es la manera que me conseguí con mi hermano y mi cuñada, en el momento y el espacio exacto. Así como también, la manera que nuestros primos nos consiguieron saliendo del aeropuerto de La Carlota ¿Quien les dijo que pasaríamos por allí? Y, por último, el mayor de todos, es habernos reunidos tan prontamente e ilesos.



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