Por: Martín A. Fernández Ch.
Fecha:
Enero 2022, re-editado el 22/07/2022.
Luego de haber superado el COVID-19, con el apoyo incondicional de mi
novia María Alejandra. Al mes siguiente, comencé a realizarme los exámenes
médicos para determinar la causa de una protuberancia que tenía en la parte
derecha de la frente. Como todas estas cosas extrañas de salud, se va pensando
desde lo menos a lo más perjudicial. Primero un examen de Escaneo y Rayos – X
en el cráneo, luego una Tomografía y, por último, una Resonancia Magnética con
Contraste. En conclusión, se detectó que tenía un Meningioma, que es una
especie de tumor no cancerígeno, el cual estaba presionando y perforando el
hueso de la frente y era necesario operarlo.
Realmente, aunque tenía una fuerte imprecisión sobre lo que me vendría,
me reconfortaba pensar que si hasta los momentos no me había sentido mal, ni
había tenido algún evento de pérdida de memoria o de convulsiones o de
movilidad, significaba que dicho pasajero aún no había invadido zonas
importantes en el cerebro y que su extracción sería de poca o de ningún riesgo,
a pesar que sería una operación muy compleja.
Al final, me operaron tres veces. En la primera, me extrajeron el
“invasor extraterrestre”, dejándome la frente hueca (sin hueso, porque estaba
carcomido). La segunda vez consistió en corregir una “fístula” (conexión entre
las cavidades craneal y nasal, que producía una salida del líquido
cefalorraquídeo por la nariz), y se aprovechó esa oportunidad para colocarme la
próstesis de la frente (tipo PEEK, fabricado de manera personalizada con
material novedoso de polímero, el cual está identificada con mi nombre y número
de cédula, por si se me pierde en algún momento). La tercera entrada al ring,
fue para subsanar un problema provocado por una burbuja de aire creada detrás
de la referida prótesis.
Aunque he escrito esta historia con facilidad, el proceso vivido en todo
este tiempo de operaciones, que fue aproximadamente como 90 días (incluyendo
los días de recuperación), fue muy complejo. Se necesitó tener Fe en que Dios
estaba orientando a los médicos que me atendieron, también requerí tener mucha
confianza en el equipo que intervino en las operaciones, y aprendí a dejarme
llevar por las decisiones ajenas, lo cual me costó. Tuve dos cuidadores, mi
novia atendiéndome desde el principio y mi hermano en la última intervención.
Es extraño ver que te apaguen la luz, debido a la anestesia, y luego tus
ojos se abran en un lugar distinto, que en mi caso fue en la Unidad de Cuidados
Intensivos. Que el espacio de tiempo transcurrido durante las intervenciones quirúrgicas
es inexistente para uno y que te enterarás de los acontecimientos según los
cuentos cortos del médico principal o que el familiar que estaba en la sala de
espera se pudo enterar, como fue la noticia de que requerí transfusión de
sangre en la primera pelea y la duración de primera operación fue 8 horas.
El proceso de recuperación más que lento, fue tedioso. El cerebro estaba
inflamado y necesitaba que se le diera reposo absoluto. Tuve que aislarme de
todos los amigos, no recibía llamadas porque me perturbaban, solo estaba
acompañado del amor, quien tuvo que tener mucha paciencia conmigo, porque si
normalmente soy callado o poco comunicativo, en esa oportunidad era como una
tumba.
Luego de mi segunda operación, perdí la noción de existencia (espacio,
tiempo y sentido), es decir, no recuerdo el transitar hasta el tercer round. Todo
esto debido a una bendita burbuja de aire que apareció detrás de la prótesis.
Pero sí recuerdo que al entrar a la habitación, luego de ese evento, vi a mi
novia y la saludé con mucha alegría “İAmor! ¿Y eso que estas por aquí?” le dije
a manera de chiste.
Posteriormente, luego que me dieran de alta, me mandaron a realizarme 35
sesiones de radioterapia (con el propósito de eliminar cualquier vestigio que
haya quedado). Todos los días, de Lunes a Viernes, a las 8 am tenía que estar
en la clínica para someterme a dicho tratamiento. En la sala de espera conocí a
varias personas que estaban en lo mismo, un doctor llamado William que tuvo un
tumor en una amígdala y una señora muy simpática que vivía en Caraballeda y que
se operó de un Meningioma en la cabeza (al igual que mi caso, pero se
encontraba en la zona posterior del cerebro), también conocí a un niño que
estaba en silla de ruedas con su mamá y que no tuve tiempo de presentarme con
él (estaba terminando su tratamiento), pero en su último día se presentó con un
cartel de despedida, lo cual fue un momento muy emotivo que todos aplaudimos.
También coincidí, por dos semanas, con un amigo que se estaba tratando la
próstata. En este tiempo conocí a los jóvenes técnicos de la clínica que me
atendieron en las referidas sesiones, quienes fueron excesivamente amables, siempre
saludaban con ánimo "¡Buenos días! ¿Cómo se encuentra?” Los efectos de
estas sesiones fue la caída del cabello en la región donde se aplicó la
radioterapia (la frente y las zonas laterales de la cabeza), que no me
atormentaron y que fue la excusa para empezar a usar sombreros (escogidos y
comprados por María Alejandra), aunque ya no me hacen falta porque está
creciendo nuevamente el cabello y en poco tiempo podré lucir el peinado de
siempre. Otra consecuencia, pero hermosa, fue que mi novia se convirtió (y Yo
también) en mi prometida, siendo este 2022 el año que lo haremos
oficial.
En estos dos años que han pasado de pandemia y el que está
transcurriendo, hemos tenido que aprender a otras formas de relacionarnos con
la gente, con los amigos y con la familia, evitando reuniones o teniéndolas
pero con disfraces bucales. Han ocurrido cambios en las rutinas deportivas,
sobre todo en aquellas que se desarrollan en espacios específicos. Y algo que
lamento en estos tiempos, es no poder acompañar a amigos y familiares, quienes
han tenido seres queridos que han abandonado este plano, por temor al contagio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario