martes, 30 de agosto de 2022

¡QUIEN PRENDIÓ LA VELA!

Fecha: 28/08/2022

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Ya entrada la noche, ella manda a su hijo Pedro al encuentro de su padre, quien comúnmente llegaba a casa por esa hora.

-      Hijo, coge la lámpara para que vayas a recibir a tu Papá –dijo la madre mientras se disponía a calentar la comida para su marido.

Pedro agarró una lámpara de vela que se encontraba sobre la mesa del comedor, la encendió y salió de la casa rumbo al camino por donde su padre siempre acostumbra a venir de su jornada de trabajo. Él camina muy despacio, cubriendo con la mano la llama para que el viento no se la apagara.

Caminó un largo trecho o eso pareció, por el tiempo que tardó. Casi llegando a las puertas del cementerio, comenzó a ver sombras, pero se dio cuenta que no tenía nada que temer, porque la vela reflejaba su figura, así como la de los arbustos y árboles, y dejaba ver en penumbra la puerta del lugar y las tumbas. Al llegar a un sitio abierto, la vela se le apagó. Pedro se dijo así mismo «Dios, deja de soplar» y siguió su camino en plena oscuridad, ya que no tenía temor a los muertos, porque su padre siempre le decía «el muerto está muerto, solo Jesús ha sido el único que ha resucitado». Realmente no estaba asustado, sin embargo, sintió de repente una presencia y le encendió la vela, lo cual sí lo aterró. En principio, se quedó paralizado pensando, viendo en su frente el reflejo de un hombre con sombrero entre las sombras, votó la lámpara e inmediatamente salió corriendo despavorido de regreso a casa.

Pedro escuchaba una voz que le decía “no corras, para dónde vas con tanto apuro”, aterrándolo más y provocándole correr más rápido aún, sin importarle la oscuridad. Como conocía perfectamente el camino y su relieve, pudo llegar a su casa en un instante y sin tropezar. Abrió de manera abrupta la puerta y entró de forma fugaz, cerrándola con toda su fuerza y se lanzó a esconderse debajo de la mesa del comedor, respirando agitadamente, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.

-      Pedro, mi amor ¿qué te pasa? ¿Y tu Papá donde está? –le dijo la madre.

-      ¡No sé Mamá! El viento apagó la vela, luego se encendió, vi la cara espantosa de un hombre, me asusté, era horrible y me vine corriendo –contestó Pedro de manera entrecortada, agarrando aire para tranquilizarse.

-      ¡Vamos Pedro, estas exagerando! –le dijo la Mamá.

En eso, la puerta de la casa se abrió lentamente, acompañada de un chillido agudo de las viejas bisagras, luego, se escucharon unas pisadas fuertes sobre el piso de madera. Pedro, debajo de la mesa, vio entrar a alguien con unas botas negras, empantanadas, estaba aterrado, más cuando ve a la persona agachándose y levantando el mantel de la mesa para asomar la cabeza, preguntando “dónde está Pedro, quien corre como el viento”. Era su Papá echando una carcajada y extendiendo su brazo para que su hijo saliera a saludarlo.

-      ¡Papá, eras tú! ¡Tremendo susto me diste! – dijo Pedro saliendo rápido del piso y lanzándose a los brazos de su Papá.

Luego de conversar un rato sobre lo sucedido, Mamá sirvió la cena y los tres compartieron felices el manjar que había preparado. Pedro acompañó su comida con una bebida fría de “cola” y los padres con un vaso de vino tinto.




sábado, 6 de agosto de 2022

ADIVINANDO ROSTROS

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 24/01/2021, re-editado el 05/08/2022


El día aún estaba frío, posiblemente más de lo acostumbrado para la ciudad de Caracas, en el mes de Enero. Juan, quien ya alcanzaba los 60 años, así lo sentía, cuando las bajas temperaturas se les colaban a los huesos, haciendo que la sensación térmica fuese más aguda, hasta alcanzar un alto grado de obstinación.

El, estaba paseando por los canales de televisión, buscando inútilmente engancharse en algún programa, aunque fuese uno algo aburrido pero que lo entretuviera hasta las seis de la tarde, que es cuando empezaba su serie policial favorita, pero aún faltaba una hora, lo cual le era mucho tiempo para distraerse con esa mediocridad. De repente, se levanta y susurra para sí mismo "me voy a la plaza para ver si agarro algo de calorcito con este Sol". Se puso su mascarilla que estaba colgada en un clavo de la pared, al lado de la puerta de entrada, sus lentes oscuros de marca "Ray Ban", su gorra de Los Tiburones de La Guaira (su equipo amado de béisbol) y, finalmente, sus zapatos que estaban a un lado, antes de la salida, los cuales ya estaban desteñidos por tanto rociado de alcohol y cloro, que le aplican cada vez que viene de la calle.

Al llegar a la plaza, se sentó en un extremo de un banco ubicado de manera que llegara la proyección del Sol. Allí ya se encontraba otra persona, pero sentada en el otro extremo. Juan, como curioso de siempre, se puso a observar a las personas que estaban en la plaza, que eran pocas, posiblemente por las restricciones sanitarias recomendadas para cuidarse de la pandemia del COVID-19. Ellas vestían de manera particular, con chaquetas o franelas tipo mangas largas, algunas usaban guantes, la mayoría tenían mascarillas puestas y de variados estilos (las KN95 de 5 filtros, las médicas, las caseras de telas de colores o dibujos, etc.), que no se sabía cuánto tiempo de uso pudieran tener.

De pronto, el referido señor sentado al otro lado del banco, le preguntó "¿Eres Juan verdad?" A lo que Juan respondió afirmativamente moviendo su cabeza, tratando de identificar al tipo, viéndolo a la cara o lo que se deja ver de ella. El hombre tenía lentes correctivos de pasta, con un tapaboca de tela que tenía pintada una carita feliz, su cabello era crespo y algo largo de color rubio, pero con muchas canas. También se notaba que era de estatura alta, por sus largas piernas extendidas sobre el piso. Juan, trataba de buscar alguna pista para identificarlo, se le ocurrieron varios amigos que pudieran ser, pero los terminaba descartando porque había algo que no se ajustaba: «creo que es...pero, no es tan flaco; creo que es...pero, no es tan alto; creo que es...pero, no es tan canoso; o creo que es...pero, no es capaz de ponerse esa ridícula mascarilla». Al final, optó por la típica expresión para salir del paso “¡Epa pana! ¿Cómo está tus cosas?" Con la intención de darle continuidad a la charla y así, en el transcurso de ella, poder despejar las dudas sobre la identidad del hombre misterioso.

- ¡Dentro de las circunstancias que estamos viviendo, podría decirse que bien! ¡Por lo menos, hay que agradecer que estamos vivos! -dijo el hombre con una risa sarcástica contenida por el tapabocas, haciendo su voz más gruesa y tenebrosa. 

- ¡Tienes razón, chamo! Esto que nos está pasando, tiene sus temas escabrosos. Fíjate que uno de los problemas que tengo es poder descifrar la identidad de la gente. Es algo que me cuesta muchísimo. Las personas andan con sus rostros completamente cubiertos, no solo con mascarillas, sino también con otros accesorios que usan, como: lentes oscuros, gorras, pañoletas, guantes... ¡Caramba, así es imposible reconocer a alguien! -dijo Juan, quien no le quita la mirada al tipo, tratando de conseguir alguna pista que le permita descubrir al rostro detrás de la carita feliz. 

- ¡A mí también me cuesta un montón! En tu caso te reconocí por la gorra de Los Tiburones y tu caminar de pasos cortos cuando venías hacia acá, pero no siempre lo logro. Yo prefiero ver la cara de la gente cuando me hablan, es que el movimiento de los labios, la expresión de los ojos y las muecas que hacen, me ayudan a entender lo que dicen. Ahora, tengo que cerrar los ojos y escuchar atentamente, que, por cierto, la voz detrás del tapabocas se transforma y, si te descuidas, pierdes el hilo de la conversación. Y también pasa lo contrario: que los demás no lo entienden a uno. La verdad es que es muy frustrante todo esto -dijo el hombre anónimo, quien muestra su decepción dando unos manotazos al aire.

Ya Juan empezaba a tener sospecha de quien era la persona, por sus ademanes y por los movimientos corporales, le hacían recordar a su amigo Ricardo. Estaba seguro que era él, aunque lo veía algo delgado en comparación con la última vez que estuvieron juntos hace un año, un poco antes de iniciarse la llamada cuarentena, que luego se convirtió más bien en algo similar a una sentencia de casa por cárcel, con permisos breves de salida para tomar Sol. Ver a su supuesto amigo algo delgado le pareció razonable, pensando en la mala situación económica por la cual todos atraviesan o, mejor dicho, la que sufre gran parte del pueblo de a pie, la cual ha hecho estragos en la alimentación, incluyéndolo a él, quien también está más flaco, así lo comprueba cada vez que pone sus pantalones, que antes no necesitaba correa y ahora tiene que usarla porque se les caen. 

-   La otra vez andaba con mi novia haciendo la caminata mañanera diaria. Al otro lado de la calle vimos, frente al supermercado, un hombre que nos saludaba levantando su brazo. Yo no lo reconocí, pero ella me dijo que era Chuchú, la persona que nos ayuda a llevar las compras a la casa. Me dijo que lo reconoció por su habitual vestimenta, que cada vez le queda más holgada: chaqueta negra, pantalón caqui y con los zapatos de goma que le regalamos -dijo Juan, quien sigue fijándose en los detalles del tipo misterioso, para asegurarse de que es Ricardo. 

-  Fíjate que el otro día, me conseguí de frente con una compañera de prácticas de natación, que, por cierto, ya vamos a cumplir un año de la suspensión, a quien le decimos morocha. No me acuerdo si es Alexandra o Yolanda, no porque se parecen, es que soy malo para relacionar los nombres con sus rostros. La vi en un centro comercial, tardé en reconocerla, pero pude. Tenía tapabocas blancos y lentes oscuros; pero la delató la forma de moverse medio malandrosa, así como también, su cabello corto y de color negro. La saludé con un “Hola morocha”. Ella tardó unos segundos en reconocerme, hasta pienso que se asustó cuando la abordé, pero al final me saludó "Epa Pedro, cómo estás, ¿cuándo vamos a volver a nadar?", le respondí haciendo gestos con mis hombros, levantándolos en señal de incertidumbre. Fue una conversación fugaz, duró mientras nuestros caminos se encontraron, sin abrazamos, ni besos, por aquello del cuidado sanitario -dijo Pedro cruzando sus brazos a la altura de su pecho.

Si Juan no tuviese mascarilla, se le hubiera visto cómo su quijada se le caía de la sorpresa. Se dio cuenta que no era Ricardo, de lo cual estaba tan seguro que apostaría por ello.  Ahora, su incógnita era sobre quién es ese Pedro, no tenía ni la mínima idea, a pesar de tener un buen rato viéndolo y haciendo comparaciones.

-  ¡Eso pasa Pedro! Lo malo de este asunto es eso mismo que dijiste. A mí me gusta mostrar amabilidad con un apretón de mano o un abrazo o un beso en el caso de una mujer, porque pienso que esa energía hace bien en lo emocional. ¿Tú sabes lo mal que se siente uno, que no puedas abrazar y besar amorosamente a tu gente querida? ¡Que uno no pueda tener una reunión familiar de manera libre, sin tanto miedo! Cualquiera se deprime con toda esta circunstancia. ¡Pero bueno, no hay que rendirse, hay que resistir! Esto es transitorio y debemos tener paciencia -dijo Juan, quien seguía hurgando en sus recuerdos para saber con cual Pedro está hablando. 

-  Sí, son muchos cambios que se contraponen con nuestras costumbres y rutinas diarias. El otro día, salí con mi esposa para ir a visitar a una amiga. Ella es hermosa, me considero afortunado por su amor, lo cual siempre doy gracias a Dios por tenerla. En el ascensor, hubo unos segundos que dudé si ella era la mujer que tenía en frente, porque al verla con tapabocas y lentes con vidrios amarillos, combinando con el color de su cabellera, sentí de repente que estaba con una desconocida. Pero la lógica me aseguró que era ella, ya que habíamos salido juntos del apartamento y solo éramos dos en el ascensor. Además, ese cuerpo que tiene, hace que mi cuerpo lo reconozca -dijo Pedro, que le está haciendo señas con la mano a un par de mujeres que venían caminando, como para que supieran donde se encontraba. 

 - ¡Eso si es gracioso! Eso se podría llamar "laguna mental mortal". ¡No le vayas a decir a tu esposa ese cortocircuito que tuviste, si no quieres lío!    -dijo Juan, riéndose a carcajadas con las manos sobre el tapabocas para que no se le bajara al cuello. 

-  ¡Ni de broma! Esas son las cosas que uno debe guardarse -dijo Pedro, quien también se ríe. 

-   Escucha lo que te voy a decir. El otro día fui al Centro de Caracas, con mi novia, en vehículo. Para una diligencia importante. Pasamos por toda la Avenida Baralt, que tenía un tráfico de infierno. Casi al final, tuvimos que cruzar por la calle que pasa por el frente del Mercado de Quinta Crespo. ¡Te quedas loco de lo sorprendente! Allí hay una anarquía total, mucha gente caminado por donde les da la gana, se mezclan con los vehículos, la mayoría andan sin mascarillas o las mascarillas las llevan en la garganta, los tapabocas son variados, que seguramente ninguno sirve. Nosotros, adentro de la camioneta, estábamos aterrados porque pudiéramos contagiarnos, a pesar de tener las ventanas cerradas -dijo Juan, quien de vez en cuando volteaba para observar a las mujeres que venían, para ver si las identificaba y así lograr saber quién era ese Pedro. El cuerpo de una de ellas le atraía, tenía algo que le era familiar. 

-  ¿Cómo puede uno ser simpático, si no puedes mostrar una sonrisa? Yo tengo cejas pobladas, quien me ve piensa que estoy arrecho, pero cuando sonrío compenso esa primera impresión. Pero, ¿cómo hago con un tapabocas? Es imposible expresar bondad con un rostro oculto. Quizás si existiese un ademán o algunas señas que todos entiendan, para dibujar imaginariamente una sonrisa o alegría, sería fabuloso para acercarse emocionalmente a los demás, pero no existe. Es que el rostro refleja emociones en sintonía con lo que dices. Si alguien con cara brava te dice “esto es un atraco”, inmediatamente entiendes y te asustas. Si alguien te dice “te amo” con una cara de alegría, le tienes que creer, porque notas la sinceridad en el rostro. ¿Y ahora? ¿Cómo haces con un tapaboca? No puedes identificar la sinceridad de las emociones. Imagínate a alguien diciéndote "esto es un atraco" o "te amo", con una mascarilla. Suponte el caso que tengas que denunciar a un atracador, ¿qué le vas a decir al policía? ¡Que era un hombre con un tapabocas, con lentes oscuros, con una gorra y con chaqueta negra, si gran parte de la gente anda así! -dijo Pedro, que esta vez se movió expresivamente con los brazos y el torso, buscando reflejar su consternación. 

-  ¡Caramba! ¡Qué difícil es esto! Definitivamente, tratar de ver los rostros ocultos es peor que mirar a una pared, porque ella por lo menos te muestra un grafiti y expresa algo -dijo Juan, quien ve que aquellas mujeres están entretenidas conversando con una persona, con la vista fija en la que le gusta. 

-   A veces pienso que me estoy volviendo sordo. Como también pienso que los demás no me escuchan, entonces cada vez hablo más fuerte. Siguiendo con los cuentos, el otro día vi a un hombre mayor parado en la isla central de la calle principal de la urbanización, pareciera que estaba esperando a alguien. Digo que era mayor por su cabello blanco. Era flaco, como de mi estatura y algo encorvado. Se parecía a un amigo mío que no veía desde hace un buen tiempo, quien es arquitecto y siempre conversábamos sobre diversos temas referidos al país. Pero, tenía mascarilla y no estaba seguro si era él, porque la última vez que nos vimos, me dijo que se iba a España a vivir con su hijo. Me dio pena abordarlo, por eso de la vergüenza de equivocarse, también estaba algo apurado. ¡Qué tonto fui! No hice nada y me quedé con la duda que se me hizo perenne, por estupidez -dijo Pedro, con una leve subida de hombros y haciendo seña a las mujeres para que terminaran de llegar. 

-  Es que ver la cara de la gente es importante. Hace días, fui con mi novia a comer "sushi" en un buen restaurant, para aprovechar la oferta de dos por uno. Allí atiende gente joven, todos visten de negro: pantalón, camisas de mangas largas, mascarillas y pañoleta en la cabeza, todo de negro. Todos parecidos, solo se distinguen las mujeres de los hombres, por razones obvias. Son amables y muy atentos. Pero no puedes identificar bien al que te atiende, tú sabes, por aquello de ser empático para que cuando regreses te vean como cliente asiduo y te presten una mejor atención. Lo que pasa es que ellos tampoco pueden reconocerte como cliente, aunque pueden ver tu cara cuando se está comiendo. Uno duda en dejarles propina, porque en fin, queda la duda si te atenderán mejor la próxima vez -dijo Juan, que al ver que ya tiene a aquellas chicas cerca, se da cuenta que una de ellas, la que le gusta, se parece a su novia Tamara. 

- ¡Qué sorpresa Juan! ¿Y eso que bajaste a la plaza? -dijo Tamara con expresión burlona, porque a Juan no le gusta mucho bajar a la plaza. 

- ¡Hola mi amor!, bajé a calentarme un poco con el Sol. Pero ya tengo que volver, estoy pendiente de un programa que está pronto a comenzar -dijo Juan algo incómodo porque sentía que no la había reconocido de lejos, aunque tuvo esa atracción por ella. 

- ¡Qué casualidad que te conseguiste a nuestro vecino! Se quedó aquí mientras me fui a caminar un rato con su esposa, para acompañarla a hacer algo de ejercicio -dijo Tamara. 

- ¡Para mí es suficiente lo que hacemos todas las mañanas! Ya me tengo que ir. Pedro, fue un placer conversar contigo. ¡Vecina!, según dice mi esposa quien eres, porque con esa mascarilla, el sombrero y los lentes, solo me queda confiar en lo que ella dice ¡Que la sigas pasando bien! -dijo Juan, quien se levanta y regresa a su casa. 

La incertidumbre de Juan continuó, a pesar de que su novia le aclaró que ese hombre era Pedro, su vecino, aún no lograba ubicar el rostro en su memoria. Quizás, lo ve todos los días, pero desconoce los nombres de la mayoría de los vecinos y, aunque dice tener una memoria fotográfica, ella solo le funciona cuando los rostros no están ocultos.




EL HELADO, POSTRE QUE MERECE SU DÍA

Por Martín A. Fernández Ch.

Enero 2015, re-editado el 06/08/2022.

 ¿Quién no ha probado un helado? ¿A quién no le gusta?, en el caso de existir una persona que responda de manera positiva, seguramente no leyó bien las preguntas y respondió sin pensar, entonces que vuelva a leer, pero esta vez que lo haga bien. 

Ya sea como raspado, cepillado, chupi-chupi, súper sándwiches, pastelado, crema real, bati bati (con la bola de chicle en el fondo por supuesto, sino, no sirve), morochos (los favoritos para compartir con un amigo), barquilla (la hazaña es comerse lo de adentro sin morder la galleta, y solamente se valía hacerlo succionando desde la punta del cono), entre otros. Y qué me dicen de los helados tipo caseros en vasitos plásticos, que venden en una ventanita de una casa, con sabores a coco, toddy, leche condensada, o de frutas. Otra opción era y sigue siendo, cuando uno estaba en emergencia por el calor obstinante del día, nos las ingeniábamos para hacer muestro propio helado, congelando en vasitos cualquier jugo que estuviese disponible en la nevera, como de manzana, pera o naranja. 

Los helados hacían famosos los sitios. ¿Quién no recuerda La Tomaselli o Crema Paraíso?, cuando los domingos nuestros padres mencionaban cualquiera de estos lugares, automáticamente nuestro cerebro empezaba a buscar el catálogo de helados, seleccionando aquel que tocaba comerse. Y si nos llevaban a un restaurant a almorzar, que tuviese helado de postre, en caso contrario se descartaba para ir a comer. 

El helado siempre tiene espacio en nuestro estómago, a pesar de haber comido un almuerzo o cena hasta reventar. Esto se debe, a que ese órgano ha evolucionado en el tiempo, para crear una inteligencia digestiva y engañar al cerebro, enviándole una señal de saciedad para finalizar el apetito por la comida, pero a su vez, creando las ganas por un postre de helado. 

¿Quién nos enseñó a comer helado? Seguro que todos sabemos la respuesta y coincidimos en que fueron nuestros padres, de la misma manera que lo vamos haciendo con nuestros hijos. El comer helado es una de las tradiciones más versátiles y universales que ha pasado de generación a generación. Es el segundo alimento que probamos, luego de la leche materna en la lactancia, y que no dejamos de consumir hasta que nos llegue la muerte. Quizás no olvidamos la primera vez que lo probamos, porque éramos bebés, pero seguramente recordamos ese día que nos quedamos inmóviles, por la sensación de un frío tan intenso, que de la boca subió al cerebro para congelarlo, como consecuencia habernos metido en un buen tajo de helado.   

Según la ciber-enciclopedia “wiquipedia”, el primer helado aparece en los años 4.000 a.c., el cual era una especie de pasta de arroz hervido con especias y leche, envuelta en nieve para solidificarla. En Persia, 400 a.c. aparece también. Alejandro Magno, Nerón y las cortes árabes, hacían sus cocteles de frutas endulzadas y los enfriaban con nieve traídas por los esclavos desde las montañas. En China, el emperador Tang, entre 618 y 697 a.c., hacía su mezcla de hielo con leche. El aventurero Marco Polo, en el siglo XIII, llevó varias recetas de postres de helados usadas en Asia, las cuales se volvieron populares en las cortes italianas y en el resto de Europa. En 1986, el siciliano Francisco Procope montó la primera heladería en París, reconocido por el Rey Luis XIV, en cuyo reinado comenzaron a prepararse los helados de vainilla y chocolate, mas tarde, los de crema de leche, y así evolucionaron hasta llegar a su forma actual. Luego, en 1913, se inventó la primera máquina para elaborar helados. Hay que agradecer que se inventaran las neveras refrigerantes, porque, de no ser así, la sociedad mundial seguramente no estaría dividida en niveles socioeconómicos, sino en los consumidores de helados y los vendedores de hielo (que no serían esclavos, sino un grupo de personas visionarias, dueño de empresas instaladas en los polos Norte y Sur, sacando hielo) y, hoy en día, el helado se cotizaría a precios superiores al barril de petróleo.

Hay razones suficientes para decretar la celebración del día del helado. Esto sería para reivindicar el honor de aquellos hombres que se esforzaron por la creación y evolución de este sabroso producto, desde aquellos esclavos que tenían que traer hielo desde las montañas, pasando por los viajeros que trasladaron las recetas, hasta aquellos que fueron perfeccionando la fórmula. Toda una odisea histórica. Además, cuál era y sigue siendo la verdadera razón de salir corriendo a la salida del colegio, ¿para ir a casa?, pues no, todo ese agite se debe al desespero para comprar el raspado o el helado, antes de que se fuera el transporte. Y pensándolo bien, ¿Que mayor ofrenda podríamos darles a los extraterrestres cuando nos visiten? Estoy seguro que, si les preparamos una Banana Split, nos van nombrar como sus dioses. 

¡Imagínense la forma de celebrar ese día!, habrían “expo-ferias” donde podríamos disfrutar de todos los tipos de helados, de todos los sabores, y hasta habría concursos para inventar sabores. En todas las heladerías habría descuentos sustanciosos en los precios. Las fábricas abrirían sus puertas para hacer visitas guiadas. Los buhoneros venderían helados con anuncios para enamorados “un helado regalado, es un amor asegurado”. Y lo mejor de todo, que ese día nos damos el gustazo de desayunar, almorzar y cenar con la presencia de helado.




DISCURSO ACTO DE GRADO SEGUNDA PROMOCIÓN DEL PREANI

Autor: Mart.in A. Fernández Ch.

Fecha: 26/07/2022

Nota: PREANI son las siglas de un curso de postgrado, denominado Programa de Estudios Avanzados en Negociación Inmobiliaria, el cual se dicta en convenio entre la Universidad Católica Andrés Bello y la Cámara Inmobiliaria de Venezuela. 


DISCURSO COMO PADRINO DE LA SEGUNDA PROMOCIÓN DEL PREANI (05/08/2022)

Antes de iniciar con mi presentación, es justo saludar de manera respetuosa a la Presidente de la Cámara Inmobiliaria del Estado Miranda, una de las más enérgicas emprendedoras del gremio, la Señora Consuelo Fermín, gran amiga y con quien he tenido el gran placer y orgullo de formar parte de la promoción y crecimiento de la calidad gremial de la institución. También saludos a los Vicepresidentes de la CIMIRANDA: la Lic. Adriana Barreto y a la Arq. Elvira Castro, y al Consultor Jurídico el Abog. Luis León, grandes amigos. Una atención especial también a la representante de los graduandos, la alumna Odibel Chávez, felicidades por su excelente intervención, quien fue una de las personas más proactiva en mis clases.



Por último y lo más importante en éste acto, mi efusivo saludo a los graduandos, quienes, con su esfuerzo personal, familiar y de amigos, hoy celebran este gran logro, como profesionales inmobiliarios dispuestos y, ahora, con un conocimiento más profundo en la materia, el cual les permitirá agregar valor a una Venezuela dañada por tantas erradas políticas económicas y sociales aplicadas en su historia. Necesitamos crecer de manera eficiente y sostenida para ser un mejor país y nosotros estamos trabajando en eso, aportando nuestro granito de arena. Ésta es la razón por la cual estamos aquí, para celebrar esta felicidad que nos corresponde por la graduación. Y a quienes les agradezco mi nombramiento como Padrino.

No quiero dejar para lo último, el agradecimiento a mi muy amada prometida: la Arquitecto María Alejandra Chávez (quien está ausente por motivo de trabajo), por su buen gusto para vestirme y calzarme, con la finalidad de dejar huella en mis presentaciones públicas.

Por otra parte, les quiero resaltar a las autoridades presentes que, en los dos actos de graduación del PREANI que hemos realizado (el pasado 9 de Junio en Caracas y la de hoy), he sido elegido como Padrino, a pesar de haber hecho sufrir a los alumnos con dos materias: una dura como es Estadística Aplicada, y otra blanda, que es la electiva Negociación Inmobiliaria. En la primera, hago que los nervios estén presentes hasta el final, y en la segunda, les promuevo conflictos internos de manera permanente. Quiero entender de todo esto que, al final terminan apreciándome porque reconocen que tuvieron un buen aprendizaje, que valió la pena el trabajo, y no aquello de que el odio lleva al amor.

Hace algunas semanas atrás, estuve dando una charla a un grupo inmobiliario, quienes celebraron dos años de fundación. Al empezar, a manera introductoria, les dije que los mercados se comportan como una montaña rusa, es decir, momentos buenos y momentos malos, haciendo la metáfora con el sube y baja de una montaña rusa sencilla; pero, en el caso venezolano nos pusieron a transitar una montaña rusa con muchas variantes, no solo es subir y bajar, sino también volteretas y giros, lo cual hace que el nuestro mercado sea cada vez más complejo de entender y de predecir.

Sigo persistiendo en mi perspectiva, la cual siempre expongo en mis publicaciones: aún no existen las condiciones económicas, sociales, ni políticas, para pensar en una reactivación del mercado. A pesar de ello, en este mar revuelto, de marea alta y con fuertes corrientes, nosotros debemos estar confiados en que nuestra preparación es la mejor, que nos permitirá consolidarnos como los mejores asesores inmobiliarios, con una experticia que se va fortaleciendo en el tiempo. Pero esto requiere de mucha paciencia, solo hay que seguir nadando con la fuerza necesaria para mantenernos a flote y tener siempre nuestro enfoque hacia la meta, porque es la manera de poder avanzar. Cuando las situaciones son complejas, como ocurre en la actualidad, aquellas personas capacitadas, como lo son ustedes, son las que tienen el éxito asegurado, eso es una realidad.

En la graduación pasada del PREANI, mencioné algo que aquí vuelvo a repetir: “Históricamente, no más del 20% de las operaciones registradas se hacían mediante la intervención de un corredor inmobiliario; es decir, el 80% eran ventas gestionadas por los mismos propietarios. Hoy en día, con este mercado fatigado, los propietarios que quieran vender, no les queda otra que apoyarse, no en un simple corredor, sino en un asesor capacitado que oriente de forma eficiente sus decisiones, como lo son ustedes. Poco a poco vamos a revertir dichos porcentajes, para que el 80% o más, de esas intermediaciones, se deban a nuestras asesorías”.

Los que me conocen desde hace tiempo, saben que soy una persona alegre y optimista. El optimismo no significa desconocer la realidad que estamos viviendo, sino tener la capacidad de ver la luz en la oscuridad e identificarla como una oportunidad. Es quien siempre tiene la esperanza de que las situaciones van a mejorar, porque trabaja para eso, no es una persona se queda sentada esperando, porque está seguro que siempre sale el Sol. Y nunca pierde la Fe en Dios, quien, cuando nos pone a prueba, es porque sabe que podemos salir airosos y triunfantes.

Les cuento que el año pasado tuve una situación crítica de salud, me operaron de un meningioma (tumor benigno, gracias a Dios) en el cerebro. Me intervinieron 3 veces, luego tuve 35 sesiones de radioterapia, lo cual me produjo la caída de gran parte del cabello, pero mi asesora de imagen hizo que usara pañoleta y luego sombreros, que al final, me gustaron tanto que los uso de manera corriente. De dicho proceso de salud, aprendí:

  • A tener confianza en los demás, sobre todo en los médicos y enfermeras (quizás porque no me quedaba otra).
  • A dejarme llevar, no solo por los médicos, sino también por las personas que me aman y están conmigo siempre, como son: mi prometida María Alejandra y mi hermano menor Jaime, con quien ya dejé de discutir.
  • A tener Fe en Dios, de quien siempre sentí su acompañamiento. Quizás se debió a tantas cadenas de oraciones generadas por las personas que me aprecian y también por otras que, sin conocerme, igual rezaron. Por ello, luego de un año, he tenido que acompañar a dos amigas a pagar promesas. Una, a la Iglesia de La Candelaria para rezarle a José Gregorio Hernández y, la otra, a la Iglesia de la Parroquia San Pío X, donde está el santuario de San Judas Tadeo, en La Pastora. Espero que alguna amiga no le haya rezado a Nuestra Señora de Coromoto, porque tendríamos que ir hasta Guanare a cumplir. A dicho Apóstol San Judas, mi prometida y Yo, le encendimos una vela cada uno; luego, al terminar la misa pudimos ver que la mía se había consumido casi por completo, mientras que la de ella estaba aún entera. Créanme o no, Yo estoy seguro que allí hubo una intervención Divina de San Judas. ¡Gracias San Judas!


Para terminar este discurso, porque ya van a empezar a quejarse por aburrimiento y, además, ya empieza a pegar el hambre, les quiero dejar como reflexión algo que escuché de nuestro gran humorista Laureano Márquez, palabras más, palabras menos, “Es mentira si les digo que Venezuela va a cambiar de gobernantes, es más, los tendremos por mucho tiempo. Pero lo que sí podemos hacer es sembrar, para que las generaciones futuras puedan recoger una buena cosecha, hagamos lo que más sabemos hacer, que es trabajar, y que sean nuestros hijos o nietos quienes disfruten de nuestra siembra”.

Muchas Gracias y que Dios les bendigan mis apreciados ahijados.



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