domingo, 16 de julio de 2023

¡YA VUELVO!

Fecha: 01/07/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

 

Era el mes de diciembre de 1999, diez días antes de navidad. Ellos celebraron su boda hasta el amanecer. Los padres del novio insistieron en que se quedaran en Caracas, pero preferían disfrutar de su luna de miel en su nuevo apartamento que habían comprado en el Litoral Central, sin importarles el mal tiempo que estaba haciendo.

La fuerte lluvia los acompañó por todo el camino. El cielo ennegrecido impidió que vieran el amanecer del nuevo día. Cuando estuvieron pronto a llegar a Caraballeda se encontraron con el tráfico estancado. Los vehículos no avanzaban. Luego de 15 minutos esperando, ya no tenían temas de conversación, él sugirió hacer el amor dentro del carro, pero ella no se atrevió, dijo que los vecinos los podían ver. Al rato sintieron que se les dificultaba respirar porque el vehículo ventilaba humo hacia adentro; entonces, lo apagaron, pero tuvieron que abrir un poco las ventanas para que entrara aire y así evitaron que los vidrios se empañaran.

Él insistió con sus ganas posando su mano sobre el muslo de ella, lo acarició provocando su excitación, pero ella le rogó que parara, que mejor era esperar llegar al apartamento. Esto lo afligió un poco, porque quería repetir experiencias anteriores, que fueron varias. Le dijo que cuando estuviesen solos en la habitación dejaría las riendas sueltas a las ganas. Lo importante ya había pasado: el matrimonio eclesiástico.

Transcurrido otros 45 minutos sin avanzar, se extrañaron al igual que los vecinos, que se comunicaban por medio de las ventanas medias abiertas, porque era inusual esa circunstancia. Pensaron que habría sucedido algún accidente grave más adelante, quizás un fuerte choque con varios decesos, pero hasta ese momento no habían escuchado alguna ambulancia o a los bomberos.

Pasó un policía cubierto con un chaleco impermeable. Él le preguntó el por qué del tráfico parado y le contestó que la vía estaba trancada, que no había paso debido a un derrumbe en la vía. La curiosidad lo mataba y fue cuando le dijo a su esposa “voy a averiguar”. Ella le dijo que se quedara, que seguramente pronto despejarían la calle.

La radio no tenía señal, como consecuencia del mal tiempo, por lo cual no podían escuchar alguna noticia al respecto. Ella, más despreocupada, puso un CD de música para oír al conjunto “Jarabe de Palo”, de inmediato se escuchó la canción “Vuelvo”. Ya había cesado la fuerte lluvia, solo garuaba continuamente. Cuando la canción entonaba el verso “vuelvo, a ser lo que siempre he querido ser”, él dijo de manera decidida “Ya Vuelvo, voy a averiguar que pasó”. Ella le pidió que se quedara, que no la dejara sola, pero no la escuchó, hasta le propuso que le haría el amor si se quedaba, pero no la escuchó.

Pasaron otros 15 minutos y ella vio que venía la gente corriendo y gritando de terror. Solo decían “corran, corran”. Los que estaban dentro de los vehículos, salían y corrían sin saber qué pasaba. Ella se quedó esperando para ver si su recién esposo llegaba, pero no llegó. Algunos le decían que saliera y corriera, pero no se animaba, esperó un buen rato.

Un bombero que pasó le dijo que tenía que salir y alejarse, porque era peligroso, puesto que el río San Julián se había desbordado y se estaba llevando todo lo que se atravesara por delante. La obligó a salir. Ella corría levantando su traje de novia y mirando de vez en cuando hacia atrás buscando a su esposo.

Cuando llegó a un lugar seguro, se paró, notó que la gente seguía corriendo en bandada, con caras de pánico, como si el mundo se estuviese acabando. Pero no vio a su marido. Solo le quedó sentarse y llorar de la angustia. Tenía la esperanza de encontrarse con él, porque le había dicho “Ya vuelvo” y eso fue una promesa.

FIN

LA CHICA SOBRE LA CALZADA

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 07/06/2023

 

Salieron temprano en la mañana para ir al mercado de los sábados, el cual se acostumbra a instalarse en un tramo de calle ubicado a dos cuadras del edificio donde vivían. Él llevaba a sus dos únicos hijos, de 9 y 10 años, varón y hembra, agarrados de manos. Cuando pasaron frente al centro comercial que quedaba cerca, se encontraron a una mujer tendida sobre la calle y con dos policías a su lado cuidándola. No había rastro de que le hubiese ocurrido algún accidente, o un atraco, ni cualquier otra situación que evidenciara esa condición. Estaba tendida. Parecía que estuviese dormida abrazando placenteramente el asfalto.

El niño, angustiado, con un tono de voz que mostraba angustia por lo sucedido a la chica, le preguntó a su padre:

Papá ¿Qué le pasó a esa mujer?

Quien le respondió:

La verdad que no sé, parece que se hubiese dormido.

Pero él intuía que podría tratarse de una mujer desmayada, producto de una borrachera nocturna, puesto que conocía que en ese centro comercial existían lugares de diversión para adultos, tales como burdeles, bares y de apuestas. Información que no quería compartir con los niños.

La niña estaba muy callada puesto que la escena la había impactado. Solo se atrevió a preguntar:

̶ ¿Y esos policías por qué no hacen algo?

El Papá le indicó que no la podían mover hasta saber qué fue lo que realmente le pasó.

Siguieron caminando al mercado. Los niños se agarraron más fuertes de las manos del Papá. Cuando llegaron al mercadito, se encontraron con una multitud de personas, un ambiente muy distinto al anterior lugar. Era otro mundo, uno de jolgorio, cada quien a lo suyo. Ellos ya sabían a lo que iban: comprar un ramo de flores y el desayuno.

Él decidió comprar margaritas blancas, porque siempre le recuerdan a su mamá, pero esta vez las acompañó de varios nardos, que desprendían una exquisita fragancia. Para desayunar, compraron cachapas con queso de mano, las cuales pidieron para llevar, puesto que comer en ese lugar era muy incómodo; además, había que tener cuidado con algunas moscas presentes. Cuando esperaban el pedido, vieron a una hermosa mujer, alta, de edad madura, parada al frente de ellos, que empezó a respirar de manera nerviosa, su semblante se puso amarillo pálido y, mientras sus ojos se le ponían en blanco, se desplomó hacia atrás. No hubo tiempo para amortiguarle la caída, dándose un duro golpe en la cabeza, y quedó desmayada sobre la calzada. Los que conversaban a su alrededor se apresuraron en atenderla. Algunos decían que se le había bajado la tensión, otros que se trataba de un infarto, hasta alguien llegó a mencionar que se trataba de un ACV. El Papá prefirió no opinar y llamó a emergencia.

Los niños, entre ellos, se dijeron que seguramente eso mismo le había pasado a la chica sobre la calzada, la que habían visto antes, pero que estaba sola cuando se desmayó y que por eso nadie la había atendido. Y que esos policías no servían, porque ni siquiera se atrevieron a levantarla, al contrario de ésta ocasión. El Papá, que los había escuchado, les dijo “¡Seguro hicieron como Yo, llamar a emergencias!”.  

FIN

VEREDA TROPICAL

Fecha: 30/05/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Ese día lo habían pasado muy bien. Se levantaron a las 6 de la mañana para ir a misa y de allí salieron a las 9. De la Iglesia, fueron a desayunar a un restaurant de comida natural y saludable, por aquello de comer sano y no ganar peso. Luego, decidieron ir al supermercado para comprar lo faltante en casa y aprovecharon para llevarle algo al Papá de él, a pesar que éste les había dicho que no necesitaba nada, como dicen todos los padres cuando llegan a viejos.

Le dejaron su parte de la compra al Papá y compartieron un rato. Él se tomó dos cervezas y dos copas de una bebida gaseosa que, a pesar de haberle puesto jugo de limón, tenía un desagradable sabor amargo, ella los rechazó porque no le gustaba. Salieron al mediodía. Tenían hambre y decidieron ir a almorzar a un buen restaurant. Para acompañar la carne que comerían, pidieron una botella de vino blanco para compartir. Ella tomó más que él. Luego, él pidió un whisky para acompañarla. En ese momento, había una pareja de cantantes que animaban el lugar, cantaban música de boleros. Ella le dijo a su esposo tenía una voz melodiosa, como la de él, también dijo que se parecía a la de Tito Rodríguez, un bolerista puertorriqueño de los años 40. Al terminar su bebida, él pidió un trago de la casa, ella también (para aprovechar y darle uno adicional). Le trajeron dos sambucas en las rocas. Al de salir del restaurant, él le preguntó que si estaba en condiciones de manejar, a lo que le respondió que sí, pero que luego le cedería el volante. De allí se fueron a otro lugar, pensaron en verse con un amigo que era capitán de meseros y también escuchar ballenatos, que a ella le encantan. Pero se llevaron una decepción, porque no estaba su amigo y el conjunto musical era de tres jóvenes con estilo moderno. A pesar de eso, para pasar el tiempo o más bien para justificar la sentada en la mesa,  pidieron una copa de vino blanco, para ella, y una cerveza, para él.

Al salir, después de haber bebido todo esos licores, ella tomó las llaves del carro. Dijo que se sentía bien para manejar; aunque él no estuvo conforme, la dejó que siguiera conduciendo ya que estaba sarataco. Tomó la ruta de la colina, que no hubiese sido la que él habría escogido. En la radio del vehículo sonaba la canción “Vereda Tropical”, un viejo bolero que sonó a ritmo de salsa romántica, cantada por Rey Ruiz. Ella la cantó a todo gañote, él no, porque prefería escucharla y su voz lo enamoraba. Llegaron a una intersección, él vio por el rabillo del ojo derecho que venía un carro, pero no quiso avisarle para no asustarla, porque siempre le reclama cuando hace eso, además no había tiempo porque venía a velocidad imprudente. El choque fue inminente, llegó de manera intempestiva, por el costado donde él estaba sentado, fue fuerte. A ella no le dio tiempo a reaccionar. Tampoco a él, quien sintió el golpe en su pierna, le dolió hasta las entrañas, se dio cuenta que el golpe fue grave, pero se aguantó, prefirió no quejarse, para no angustiarla. Ella solo se golpeó levemente en la sien con la ventana. En ese momento se escuchó en la radio la estrofa de la referida canción: “Hoy solo me queda recordar, mis ojos mueren de llorar, el alma muere de esperar”. Él sintió escalofrío en todo su cuerpo y solo le tuvo tiempo de decirle a ella que todo estaría bien y que la amaba hasta el infinito, que su vida fue buena gracias a ella.

FIN

282, EL CAIMÁN DEL ORINOCO

Fecha: 30/06/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

En esta oportunidad le asignaron el número 282, para identificarlo en el cruce a nado del Orinoco – Caroní, que va desde el pueblo de Barrancas hasta la ciudad de San Félix. En línea recta, se trata de una distancia de 3.100 metros, aunque dicha longitud puede variar dependiendo de la estrategia del nadador para lograrlo, algunos, los más fuertes, nadan sin desviarse, otros prefieren ir en diagonal contra corriente, aprovechando  la protección de la isla Fajardo, la cual se encuentra casi a medio camino, reduciendo la fuerza del cauce.

En la salida, estando en la playa de Barrancas, 282 observó que había pocos nadadores, no llegaban a 50, cuando en oportunidades anteriores eran más de 500 personas. Su compañera de equipo, quien  estaba por fuera, le gritaba que se retirara. Él no asistió al congresillo que se dictó en el día anterior, momento en el cual los organizadores hablan sobre las normas para el cruce y de la fuerza de la corriente. Asumió que tan reducida cantidad de competidores se debía, seguramente, a que las condiciones eran muy adversas, pero luego recordó que en el camino de venida vio que el nivel del agua estaba bajo; por lo cual, la razón debía ser otra que desconocía. No hizo caso a su amiga, porque el año pasado pudo hacer el reto sin problema y supuso que en esta oportunidad también podría.

Al sonar la chicharra de salida, los competidores se lanzaron al agua y comenzaron a nadar, algunos con mucha energía y otros iban más pausados buscando disfrutar de la competencia, puesto que asumían que no tenían oportunidad de ganar, pero sí complacían su deseo de poder cruzar todo el trayecto.

El 282 pensó hacer la misma estrategia de siempre: nadar el Orinoco en dirección a la isla Fajardo, buscar su orilla para ralentizar su nado y así descansar y, luego de pasarla, nadar cierto tramo del río Caroní en dirección hacia su naciente; después, ir visualizando alguna playa por encima de la llegada, mirando siempre en esa dirección y cuidándose que la corriente no lo desviara.

Cuando 282 se acercó a la orilla de la isla Fajardo, justamente en el momento que su astigmatismo le permitió ver con claridad, observó que había unos grandes y feroces caimanes amarrados en la orilla, eran Caimanes del Orinoco, muy largos y gruesos, como de 7 metros y más de 350 kilos. Algunos de ellos rompieron sus cadenas de tanto forcejeo cuando vieron a los nadadores pasar. Entonces, observó que uno de ellos atacó al que estaba más adelantado, a quien aventó hacia arriba y lo volvió a morder por su tronco. No lo soltó, giraba con el cuerpo y luego se hundieron. Otro caimán que logró soltarse agarró al siguiente nadador, pero por la cabeza, desprendiéndosela de un tajo. Él pensó que no lo iban a atacar porque esos animales estarían entretenidos y seguramente habían saciado su hambre, pero temió que otro se fuera a soltar, por lo cual, nadó lo más fuerte que pudo para pasar pronto ese tramo. Se abrió camino entre la sangre de las víctimas, tropezándose en el trayecto con partes desprendidas de los cuerpos. Se atrevió a mirar hacia atrás y le asustó el escenario, todos los caimanes se habían soltado y era una carnicería. Esta situación lo obligó a cambiar su estrategia.

Al pasar la referida isla del terror, miró río arriba, buscando la oportunidad de nadar cubriéndose de la corriente, como lo había pensado, pero en ese lado también había caimanes. Esto obligó a 282 nadar en dirección recta, sin desviarse, y apurar los ciclos de brazadas. De vez en cuando veía hacia atrás, donde ya no había animales amarrados, todos se habían soltado atacando a los más rezagados, lo cual lo aterrorizó provocando que nadara más rápido aún.

En el tramo medio del Caroní, los pocos nadadores que quedaban se sintieron más aliviados, ya que los caimanes se habían dispersado y buscaron reposar en las distintas playas del lado del Orinoco. Ya habían calmado su hambre. El 282 se recordó de aquella canción de Billo´s Caracas Boys, que escuchó cuando niño, la cual decía “se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla”. Pero apareció otra sorpresa, varias embarcaciones se acercaron a los lados de los nadadores que andaban aguas abajo y vaciaron varias jaulas de peces al agua, gritando al mismo tiempo “no paren de nadar que allí van las Pirañas”. Estos nadadores fueron atacados de manera inmediata, se les escuchó gritar de pánico, golpeaban el agua buscando asustar a los sanguinarios peces, pero luego se hundieron y solo se vio surgir la sangre y el agua se revolvió por la agitación de estas criaturas.

Esta crueldad de los organizadores provocó ira en 282; sin embargo, no le quedó otra que nadar por su supervivencia. Pensó que había suficiente sangre dispersa en el agua como para que no lo fueran a atacar, pero cuando solo le faltaban 300 metros para alcanzar la meta, sintió algunas mordidas en las piernas y en el torso. Se preguntó por los caimanes, que son los principales depredadores de las pirañas. Él nadaba más rápido, buscando sacudirse a éstos carnívoros y así como también, daba medios giros con su cuerpo para lograr zafárselos. Cuando pudo llegar a dicha meta, al salir del agua caminando a la playa, 282 sangraba por todas partes de su cuerpo, con su traje de baño destruido que dejaba mostrar sus partes íntimas mordidas, estaba muy débil. Sintió algo doloroso en su oreja derecha y al tocarla con su mano, se dio cuenta que le faltaba por completo y que sangraba. El personal de emergencia se le acercó para atenderlo y 282 estaba tan exhausto que cayó al piso.

En la playa de llegada, el público lo aplaudió efusivamente, puesto que llegó de primero y había batido el record de tiempo, además, fue el único que pudo llegar a salvo, aunque no entero.  Cuando recuperó el aliento y sus fuerzas, levantó la cabeza y buscó con la vista el lugar donde se encontraban las autoridades del evento y les hizo una señal grotesca con su mano derecha ensangrentada, mostrando que le faltaba su dedo medio, dejando claro su protesta por tan absurda y maquiavélica idea, pero ellos solo se rieron.

Más tarde, se consiguió con su compañera de equipo, quien lo abrazó y le dijo que fue muy valiente en competir. Al ver que 282 estaba energúmeno, ella le señaló que en el congresillo se avisó sobre estas novedades, que lo advirtieron, que eso le pasó por no haber asistido, al igual que los difuntos, cuyas partes seguramente ya habían llegado  al Mar Caribe.

La gente de la prensa se le acercó para entrevistarlo y 282 les dejó claro que las condiciones establecidas para la competencia fueron inhumanas y una irresponsabilidad de los organizadores, provocando la reducida participación y la muerte de casi todos los que nadaron, que por desconocimiento se atrevieron a realizar el cruce. Al día siguiente, los periodistas publicaron lo que quisieron o lo que le dejaron escribir. Uno de los artículos, que fue titulado “282, el Caimán del Orinoco que venció a las pirañas”, lo resaltaron como el gran nadador que obtuvo el mejor registro de tiempo de la historia de esa competencia, y que eso fue gracias a la extraordinaria organización del Alcalde de San Félix.

FIN

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