Autor Martín Fernández
Fecha de publicación: 31/08/2024
Al pie de un arbusto, resguardado
en una morada con forma de cueva hecha con ramas secas, plantado en la ladera
rocosa de la montaña, frente al mar de la costa de Carmen de Uria, se
encontraba un viejo pelícano, su plumaje estaba descolorido y despeinado, sus
ojos eran grises debido a su larga edad que ya pasaba los 60 años, superando la
longevidad natural de esa especie de ave. Estaba moribundo, acompañado por su
pareja de vida y con un par de amigos de la infancia.
─Mi amor, me siento muy débil
─dijo Pelícano.
─Respira con calma, te sentirás
aliviado si te tomas este brebaje que te preparé ─dijo su amada, tratando de animarlo,
pero temiendo por ese momento ineludible como es el último suspiro de la vida.
─Amigo mío, no te vamos a abandonar,
aquí estaremos para acompañarte ─dijo uno de sus compañeros que allí se
encontraban.
Estaban tristes, aunque entendían
que, lo que le estaba pasando a Pelícano, eso formaba parte de la vida y que, a
todos, en algún momento también les llegaría. Sentían el gran deber de estar con
su gran amigo hasta su último aliento, pues han sido muchos años de aventuras,
compartiendo alegrías y tristezas.
─¿Te acuerdas cuando, todo
emocionado, a toda velocidad te lanzaste en picada al agua por un pez, pero un
tiburón se te adelantó? ¡Te enfureciste! Y, como un loco, ¡empezaste a
picotearlo! Hasta que esa gran criatura te enseñó quien era el rey de los
mares, enseñando sus fauces y brincando hacia ti, tan alto que casi te agarra
─dijo Pelícano a su amigo, con una leve carcajada.
─¡Qué va! Los tiburones son criaturas
torpes. Además, tú sabes que fui campeón acrobático y era la atracción
principal del circo de “Los Hermanos Valentinos” ─dijo el amigo, inflando su
pecho y presumiendo delante de todos.
─¡La verdad es que eres un
exagerado y un tremendo cobero! En ese circo tu trabajaste de asistente del
mago, porque la atracción eran esos hermanos, haciendo acrobacias con sus motos
dentro de una esfera metálica. Además, luego que te salvaste de ese tiburón,
fue tanto el miedo que agarraste que estuviste una semana si entrar al agua. Y
nosotros tuvimos que llevarte comida para que no murieras de inanición. Eras y
sigues siendo un echón y, peor aún, un quemado ─dijo el otro amigo en tono
burlón, haciendo que todos los que estaban en el recinto se rieran a carcajadas.
─¡Mi amor no te rías tanto, que
estas muy frágil! ─dijo su amada, preocupada por su condición.
─No te angusties mi amor, que la
risa me reconforta, momentos como estos son los que valoro y extraño: estar con
mis amigos y recordar las anécdotas vividas ─dijo Pelícano, quien mostraba un
mejor semblante, aunque fue solo por un instante. ─¿Esos que están en la orilla
de la playa son Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo? ─dijo, en un pequeño
instante que logró afinar su vista, mostrando una sonrisa, pero que se en
seguida se transformó en tristeza, porque no tenía la fuerza para volar y
saludarlos.
A Pelícano ya le era difícil
respirar, sus pestañeos se hacían más lentos y sus pupilas se estaban
dilatando. De manera sorpresiva, aterriza a su frente una blanca Pelícano, envuelta
con una luz brillante, haciendo que, en vez de sorprenderlo, más bien se sintió
en una paz indescriptible.
─Madre, estas hermosa. ¿Qué haces
aquí? No imaginé verte de nuevo ─dijo Pelícano, mientras escuchaba un lejano
llanto desgarrador y las leves voces tristes de sus amigos despidiéndose.
─Hijo mío, vine a acompañarte en
este nuevo vuelo. No te asustes, pero vendrá a buscarte el Ángel Negro para
llevarte al mundo de los espíritus ─dijo su madre, mientras le daba un abrazo
amoroso, como cuando pequeño.
En ese mismo instante, llega un
negro pelícano, con su plumaje azabache brillante y con largas alas. Sus uñas
eran largas y del mismo color. En su cabeza, las plumas las tenía erizada. Si
bien parecía algo tenebroso, Pelícano no le temía, porque sentía que se trataba
de un ser especial.
─Pelícano, llegó el momento de que vayas al mundo de los espíritus. Has obrado bien, por eso, Dios te quiere en su reino, en el paraíso. Si bien tu madre ha abogado por ti, no fue necesario, porque Dios te ama y te quiere a tu lado y pronto tendrás la oportunidad de la resurrección, o bien como pelícano nuevamente o como otra criatura si así lo deseas ─dijo el Ángel Negro, quien tenía una voz glamorosa y que influenciaba tranquilidad plena a Pelícano.
─Preferiría ser un pelícano de
nuevo, porque fue muy placentero haberlo sido ─dijo Pelícano, con voz pausada y
amable, haciendo una reverencia ante el Ángel Negro.
Los tres: Pelícano, su Madre y el
Ángel Negro, tomaron vuelo en dirección al cielo. Él logró ver con claridad a
sus entrañables amigos de aventuras cuando su naufragio en el mar: Delfina
Guacamaya y Mantarraya Azulejo, quienes se encontraban cerca de la playa
velando su partida. Pero lo que más le alegró fue verlos con sus respectivas
parejas y sus hijos, jugando juntos con alegría y amor. Logró ver a sus amigos
haciendo espectaculares piruetas en el aire, como si hubieran sentido que él
estaba sobre ellos viéndolos, haciéndole una fiesta de despedida.
FIN