martes, 17 de junio de 2025

EXISTEN LOS MILAGROS

 Autor: Martín A. Fernández Ch. (Martín Pelícano)

17/06/2025

 

-¿Qué es un milagro? -preguntó Mantarraya Azulejo, en un momento que se encontraba muy contemplativo, conducta algo extraña en él, puesto que es muy inquieto e intempestivo.

-¡Pelícano! ¿Existen los milagros?- preguntó Delfina Guacamaya con verdadera curiosidad por el tema.

-¡Por supuesto que sí existen! Este día es un milagro, al igual que lo estemos viviendo. A veces, uno se pregunta ¿Quién hace los milagros? La respuesta absoluta y sin dudas, Dios es quien hace los milagros, porque es el todopoderoso. Él es quien dispone de nuestra existencia, el que da el más hermoso regalo que es la vida y, por eso, siempre debemos agradecerle desde que nos despertamos en la mañana y al momento de irnos a dormir, luego de la jornada del día. Eso sí, sin atreverte a juzgarlo, aunque creas que mereces algo mejor, lo cual sería un error y hasta un pecado, porque dejas que tu ego domine tus pensamientos y sentimientos. Él nos pone en el andar por la vida, lo que nos merecemos y no nos pone circunstancias adversas imposibles de soportar y superar, porque nos ama y es nuestro amigo. Su mayor deseo es que seamos seres que motivados a evolucionar, que aprendamos a amarnos y amar al prójimo -dijo Pelícano.

-Pero si Dios lo hace todo, nos ama y es nuestro amigo ¿Por qué tenemos que esforzarnos? -dijo Mantarraya Azulejo.

-Esa es una gran pregunta, Mantarraya, y muy atrevida. Dios nos enseña a pescar, no pesca por nosotros, eso es algo que nos corresponde hacer, por nuestro bien, porque es la única manera que seamos seres independientes y con voluntad a vivir. Tenemos que esforzarnos todos los días para mejorar nuestra versión como seres vivos. Dios nos crea adversidades en la vida, no con la intención de desanimarnos, menos para deprimirnos, esas barreras son retos que podemos superar, si confiamos en Él y en nosotros mismos, porque es la única manera de formarnos -dijo Pelícano.

-¡Como nosotros! Que siempre estamos pendientes uno del otro -dijo Delfina Guacamaya.

-Así mismo, estas en lo cierto. Les voy a contar una anécdota personal, que me pasó cuando era joven y mis hijos pequeños. Creo haberles contado que fui uno de los mejores volando y pescando en mi tribu. Pescaba para alimentar a mi familia, a mis viejos padres y a los ancianos que ya no eran tan hábiles para eso; además, era instructor de jóvenes, que empezaban a volar y pescar, buscando que aprendieran de la mejor manera, para que fueran eficientes y para que no se lesionaran al hacerlo. En una oportunidad, me embestí desde muy alto al agua, en dirección a un apetitoso pez que visualicé, pero resultó que se movió hacia una roca sumergida, de la cual no me había percatado de su existencia, o quizás, estaba demasiado concentrado en mi objetivo; entonces, al hundirme al agua, además de agarrar mi presa, me di en mi ala con dicho peñasco, fracturándomela. Fue tan grande el dolor que sentí que tuve que soltar al pez. Con mucho esfuerzo llegué a tierra. Mis amigos al verme volar de manera tan errática y caminar arrastrando el ala, se me acercaron para ayudarme y llegar hasta donde el curandero, quien me entablilló y me dijo que tenía que guardar reposo absoluto por 3 meses. Pensé que el mundo se me venía encima, en voz alta y con notoria preocupación, me pregunté ¿Quién alimentará a mi familia, a mis padres y a los ancianos? Entonces, mis amigos me dijeron que ellos se ocuparían de todo, que no me preocuparan y, si necesitaba más tiempo, no les importaba. Ese fue mi primer milagro: la amistad desprendida e ilimitada. Dicho curandero, como si fuera poco el asunto del reposo, también me indicó que con terapia podría volver a volar, pero dudaba que recuperaría la misma habilidad que tenía. Yo le dije que estaba equivocado, que sí iba a volar como lo venía haciendo, porque Dios estaba conmigo y también porque confiaba en mí, en mi voluntad y en mi fortaleza. Luego que terminé el reposo, inicié mí terapia física y mental, comenzando poco a poco a volar. Les pedía a mis amigos que siguieran ayudándome con el tema de la alimentación, como lo venían haciendo. Practicaba todo el día. Cuando me iba a zambullir en el agua, me daba un miedo terrible, por eso empecé a hacerlo desde muy baja altura. Mis amigos y mis estudiantes me aupaban para motivarme. Tenía claro que tenía que superar esa desconfianza. En la medida que podía, lo hacía desde más altura y, poco a poco, fui superando el terror que tenía. De esta manera logré llegar a tener la misma habilidad de antes, bueno, quizás no el 100%, pero sí lo bastante cerca. En fin, gracias a mi paciencia, voluntad y confianza en mí, además de contar con la bondad de Dios, pude seguir haciendo lo que más me complacía, como era ayudar a los jóvenes que iniciaban sus vuelos, esta vez con más sabiduría, y también poder alimentar a mi gente. Eso fue un gran milagro, no solo lo digo Yo, sino por el reconocimiento de toda la tribu. Cuando confías en que Dios te lleva de la mano y tienes la actitud hacia el logro, tus límites se van desvaneciendo, así es como vas superando las adversidades -dijo Pelícano.

-¡Gua Pelícano! ¡Qué historia tan hermosa y aleccionadora! Estoy asombrado por esa demostración de superioridad antes los problemas -dijo Mantarraya Azulejo.

-Ahora entiendo con claridad que los milagros existen -dijo Delfina Guacamaya.




lunes, 28 de abril de 2025

EL OCASO

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 27/04/2025

Era casi la puesta del Sol, el mar se encontraba sereno, se podría decir que su tranquilidad atemorizaba, como un llamado premonitorio, puesto que así estuvo todo el día.

Ellos escucharon sonidos de sufrimiento que provenían de lejos. Era la primera vez que percibían algo así, lo que les hizo investigar.

-    ¿Escuchaste eso Mantarraya? -dijo Delfina

-    ¡Sí lo escuché! Parece un canto de lamentos.

Pelícano también lo apreció, aunque con menos intensidad porque se encontraba en el extremo del saliente de la roda del casco, punta de la proa de su peñero, dejando que la brisa marina del atardecer alborotara su plumaje. Las ondas de tal quejido le llegaron como un sonar proveniente del agua, que subió por la madera de la embarcación hasta donde se encontraba. Al igual que sus amigos, consideró que se trataba de muestras de dolor; entonces, les dijo que iba a elevarse para informarles desde lo alto.

En su vuelo a gran altura, ellos lo seguían, pero también se guiaron por las señales trasmitidas a través del agua, que les sonaban como llantos.

Desde lo alto, Pelícano observó a una gran ballena blanca, al acercarse se dio cuenta que se trabaja de un cachalote de avanzada edad, puesto que así lo predecía su magnitud de 20 metros de largo; entonces comenzó a volar en círculos, para que sus amigos llegaran al sitio, pero, ellos ya estaban allí. Delfina Guacamaya llegó primero, puesto que ara más ágil y rápida, luego lo hizo Mantarraya Azulejo, debido a que su nado era parsimonioso.

Notaron que la ballena blanca tenía su cuerpo bien maltratado. La aleta pectoral derecha estaba rota, como si había sido mordida. En su lomo tenía gruesas y largas heridas, curadas por el tiempo, como señal de varios intentos de casería. Su respiración no era normal, por eso permanecía en la superficie y no se atrevía bajar a mucha profundidad.

Delfina le preguntó cuál era su nombre, a lo que le respondió “Albino”, pero que le había escuchado gritar a los hombres cazadores “Moby Dick”. En eso, Mantarraya le dijo sorprendido que era una leyenda histórica. Pelícano, quien estaba posado en el lomo del cetáceo, le indicó a Mantarraya que seguramente lo llamaban así por su parecido con el personaje de la novela del estadounidense Herman Melville, titulada con ese mismo nombre, donde se relata la persecución de una ballena similar que, al final, no logran cazarla.

Delfina Guacamaya, quien es la más curiosa, le comienza a preguntar por sus marcas en el cuerpo, respondiéndole en cada caso, siempre acompañado de un suspiro agónico “un grupo de orcas me atacaron cuando era más joven, disparos de lanzas que me impactaron algunos barcos balleneros…” y así seguía explicándole por todas las marcas que tenía. Mantarraya Azulejo, imprudente como siempre, le preguntó si esa era la causa de su llanto, pero le manifestó que no.

“Ya estoy cerca de los 70 años, estoy viejo y moribundo. Tengo dolores de todo tipo, pero los más intensos vienen del alma, por todo aquello que soñé y no me atreví a alcanzarlos por cobarde. Desde hace tiempo mis hijos se fueron a otros mares y no sé nada de ellos. Mi esposa falleció de vieja hace dos años. Estoy solo, no porque he dejado de tener amigos, sino porque ya han partido de esta vida. Y ahora me toca a mí. Lo que quiero decirles, es que estos son los ayayay de los viejos.

“¿Morirás solo?” Le preguntó Mantarraya. Delfina le dijo que eso era muy triste. Pero Pelícano, quien también es de avanzada edad, entendía perfectamente a Albino y les dijo a los chicos que “cuando se es viejo, la soledad siempre está presente, puesto que cada quien hace su vida, pero que eso no significa que dejen de amar y de extrañar, es solo una etapa de la vida, la última”.

Albino les contó que, cuando llegue el momento, se sumergirá hasta lo más profundo y su cuerpo morirá, pero que su alma se liberará y viajará a donde están sus ancestros, amigos y familiares, para reencontrarse y continuar una nueva vivencia en otra dimensión. Este será un viaje al cual nadie me puede acompañar, lo tengo que hacer solo. El hecho de que hubieran venido hasta aquí, a acompañarme, me ha ayudado a comprobar que existe el amor al prójimo.

La ballena, luego de esa despedida, comenzó a descender y, al poco tiempo, cuando bajó más de 10 metros, dejó de verse. Solo pudieron apreciar grandes burbujas de aires que subieron hasta la superficie.

Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo, se asustaron y se angustiaron. Entre ellos conversaron que, en el caso de Pelícano, lo acompañarían hasta el final, pero que no lo dejarían solo.

Pelícano, quien estaba volando, para honrar a Albino, se elevó alto e hizo piruetas como cuando era joven y se zambulló en el agua, para luego quedarse flotando en la superficie con sus amigos en compañía. A pesar que conocieron a Albino por poco tiempo, en ese reducido rato de conversación, entendieron toda su vida. Permanecieron en silencio, meditando y sintieron el dolor que había experimentado Albino.

 

FIN

 


 

domingo, 16 de febrero de 2025

AMISTAD DE ALTURA

Por Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 16/02/2025

El mar estaba apacible. El peñero casi no se movía. Martín Pelícano estaba posado sobre la punta de su proa, observando desde allí a sus jóvenes amigos Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo, quienes estaban jugando. Ella, hacía piruetas en el aire tratando de saltar cada vez más alto. Él la observaba y le decía lo bien que lo hacía, pero también cómo tenía que hacer para mejorar.

-  ¡Tienes que impulsarte más fuerte y déjate deslizar con el impulso! -dijo Mantarra

-   ¿Cómo hago eso? – dijo Delfina

-  Baja lo más profundo que puedas, luego nada fuerte hacia la superficie usando tus aletas traseras. Cuando salgas al aire, deja que el impulso te lleve hasta lo más alto y entonces has tu pirueta – dijo Mantarraya.

-   ¡Así lo haré! Voy a intentarlo de nuevo. ¡Gracias gran amigo! – dijo Delfina.

Delfina Guacamaya siguió intentándolo y cada vez lo hacía mucho mejor. Y Mantarraya, con paciencia, seguía ayudándola, hasta intentó volar para demostrarle lo que quería decirle. 

Ella, toleraba las observaciones de su amigo, aunque ya estaba cansada, entendía que buscaba su mejoría, por eso insistía en dar su mejor espectáculo.

Martín Pelícano los observaba, pensando en que solo los amigos verdaderos son aquellos que se respetan y que siente empatía y entusiasmo por el otro, alegrándose por el logro que obtiene.

La amistad entre los dos hacía rememorar a Martín Pelícano sobre su niñez, cuando jugaba con cangrejo y calamar, quienes hacían las veces de instructores en su vuelo y casería, llegando a convertirse en el mejor de su tribu.

 


FIN



sábado, 31 de agosto de 2024

ÚLTIMA CONVERSACIÓN

Autor Martín Fernández

Fecha de publicación: 31/08/2024

 

Al pie de un arbusto, resguardado en una morada con forma de cueva hecha con ramas secas, plantado en la ladera rocosa de la montaña, frente al mar de la costa de Carmen de Uria, se encontraba un viejo pelícano, su plumaje estaba descolorido y despeinado, sus ojos eran grises debido a su larga edad que ya pasaba los 60 años, superando la longevidad natural de esa especie de ave. Estaba moribundo, acompañado por su pareja de vida y con un par de amigos de la infancia.

─Mi amor, me siento muy débil ─dijo Pelícano.

─Respira con calma, te sentirás aliviado si te tomas este brebaje que te preparé ─dijo su amada, tratando de animarlo, pero temiendo por ese momento ineludible como es el último suspiro de la vida.

─Amigo mío, no te vamos a abandonar, aquí estaremos para acompañarte ─dijo uno de sus compañeros que allí se encontraban.

Estaban tristes, aunque entendían que, lo que le estaba pasando a Pelícano, eso formaba parte de la vida y que, a todos, en algún momento también les llegaría. Sentían el gran deber de estar con su gran amigo hasta su último aliento, pues han sido muchos años de aventuras, compartiendo alegrías y tristezas.

─¿Te acuerdas cuando, todo emocionado, a toda velocidad te lanzaste en picada al agua por un pez, pero un tiburón se te adelantó? ¡Te enfureciste! Y, como un loco, ¡empezaste a picotearlo! Hasta que esa gran criatura te enseñó quien era el rey de los mares, enseñando sus fauces y brincando hacia ti, tan alto que casi te agarra ─dijo Pelícano a su amigo, con una leve carcajada.

─¡Qué va! Los tiburones son criaturas torpes. Además, tú sabes que fui campeón acrobático y era la atracción principal del circo de “Los Hermanos Valentinos” ─dijo el amigo, inflando su pecho y presumiendo delante de todos.

─¡La verdad es que eres un exagerado y un tremendo cobero! En ese circo tu trabajaste de asistente del mago, porque la atracción eran esos hermanos, haciendo acrobacias con sus motos dentro de una esfera metálica. Además, luego que te salvaste de ese tiburón, fue tanto el miedo que agarraste que estuviste una semana si entrar al agua. Y nosotros tuvimos que llevarte comida para que no murieras de inanición. Eras y sigues siendo un echón y, peor aún, un quemado ─dijo el otro amigo en tono burlón, haciendo que todos los que estaban en el recinto se rieran a carcajadas.

─¡Mi amor no te rías tanto, que estas muy frágil! ─dijo su amada, preocupada por su condición.

─No te angusties mi amor, que la risa me reconforta, momentos como estos son los que valoro y extraño: estar con mis amigos y recordar las anécdotas vividas ─dijo Pelícano, quien mostraba un mejor semblante, aunque fue solo por un instante. ─¿Esos que están en la orilla de la playa son Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo? ─dijo, en un pequeño instante que logró afinar su vista, mostrando una sonrisa, pero que se en seguida se transformó en tristeza, porque no tenía la fuerza para volar y saludarlos.


A Pelícano ya le era difícil respirar, sus pestañeos se hacían más lentos y sus pupilas se estaban dilatando. De manera sorpresiva, aterriza a su frente una blanca Pelícano, envuelta con una luz brillante, haciendo que, en vez de sorprenderlo, más bien se sintió en una paz indescriptible.

─Madre, estas hermosa. ¿Qué haces aquí? No imaginé verte de nuevo ─dijo Pelícano, mientras escuchaba un lejano llanto desgarrador y las leves voces tristes de sus amigos despidiéndose.

─Hijo mío, vine a acompañarte en este nuevo vuelo. No te asustes, pero vendrá a buscarte el Ángel Negro para llevarte al mundo de los espíritus ─dijo su madre, mientras le daba un abrazo amoroso, como cuando pequeño.

En ese mismo instante, llega un negro pelícano, con su plumaje azabache brillante y con largas alas. Sus uñas eran largas y del mismo color. En su cabeza, las plumas las tenía erizada. Si bien parecía algo tenebroso, Pelícano no le temía, porque sentía que se trataba de un ser especial.

─Pelícano, llegó el momento de que vayas al mundo de los espíritus. Has obrado bien, por eso, Dios te quiere en su reino, en el paraíso. Si bien tu madre ha abogado por ti, no fue necesario, porque Dios te ama y te quiere a tu lado y pronto tendrás la oportunidad de la resurrección, o bien como pelícano nuevamente o como otra criatura si así lo deseas ─dijo el Ángel Negro, quien tenía una voz glamorosa y que influenciaba tranquilidad plena a Pelícano.

─Preferiría ser un pelícano de nuevo, porque fue muy placentero haberlo sido ─dijo Pelícano, con voz pausada y amable, haciendo una reverencia ante el Ángel Negro.

Los tres: Pelícano, su Madre y el Ángel Negro, tomaron vuelo en dirección al cielo. Él logró ver con claridad a sus entrañables amigos de aventuras cuando su naufragio en el mar: Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo, quienes se encontraban cerca de la playa velando su partida. Pero lo que más le alegró fue verlos con sus respectivas parejas y sus hijos, jugando juntos con alegría y amor. Logró ver a sus amigos haciendo espectaculares piruetas en el aire, como si hubieran sentido que él estaba sobre ellos viéndolos, haciéndole una fiesta de despedida.




FIN



 

domingo, 21 de julio de 2024

Martín Fernández, El Grande

Fecha: 19/07/2024

Autor: Martín A. Fernández Ch., también conocido como Martín Pelícano

Nota: en la historia de la humanidad han vivido personas a quienes se les han asignado el adjetivo de “grande”, algunos debido a sus fabulosas proezas y a otras por su demostración de poder. Algunos ejemplos son: Darío el Grande (550 a.C.), quien fue un gran Rey de Persia en el año 522 a.C.; Ciro El Grande (530 a.C.), rey de Persia, figura en la biblia hebrea, quien era el patrón y libertador de los judíos; Alejandro Magno el Grande, rey del antiguo reino griego de Macedonia (desde 336 a.C.), quien emprendió una campaña militar para conquistar casi todo el territorio de Asia y Egipto; Pedro El Grande, uno de los zares más poderosos y famosos de la dinastía Romanov, fue emperador de Rusia (1721 a 1725); entre otros; pero, el más querido por nosotros es Simón Bolívar, si bien no lo llamaron el Grande, le impusieron el título de “El Libertador”, bien merecido, por sus campañas admirables para darle la libertad a los pueblos de américa. Ellos tenían mentes con ansias de poder, de hacer crecer su reino mediante la conquista de tierras, invadiendo y dominando países vecinos, o liberando a pueblos de la tiranía. Ahora bien, cuando a una persona lo llaman El Grande por admiración y respecto, debido a la estela de logros que va dejando atrás mientras navega por la vida, se convierte en un héroe.




¡Hola Martín, déjame darte un abrazo, porque competir en un 200 metros combinado es una hazaña! ─dijo Carlos, un compañero de equipo, de mayor edad que él, quien no pudo asistir a la Competencia Master de Natación del Colegio San Ignacio de Loyola, porque se fue a participar en aguas abiertas en Puerto Cabello, que era en esa misma fecha, ganado una medalla por el primer lugar.

  No es para tanto, con voluntad se logra llegar ─dijo Martín, recibiendo con alegría el abrazo de su amigo y las felicitaciones.

Martín, mientras hacía la práctica de natación que le había asignado el entrenador, buscaba en su memoria para quien ha sido referencia. Por supuesto, primero pensó en sus hijos: Victoria y Juan, quienes siempre le han demostrado, además de amor, mucha admiración, siguiendo sus valores y enseñanzas, queriendo también dejar huellas como buenas personas y como profesionales con visión de justicia social.




Recientemente, escribió y publicó su primer libro: “Cuentos Gallardos de Terror, historias de suspenso y humor” (https://a.co/d/hs8dwWQ). Sus familiares y muchos amigos lo leyeron y lo felicitaron, como también le auparon a que siguiera escribiendo. Su papá, a quien le dicen Papaíto, lo leyó con entusiasmo y comentaba con Martín algunos pasajes humorísticos. Sus hermanos les mostraron admiración y orgullo por ese logro. En una reunión de junta directiva de la Cámara Inmobiliaria Metropolitana lo aplaudieron por esa iniciativa literaria.


Luego, Victoria le pidió que escribiera sobre lo vivido en el deslave de Vargas, ocurrido en diciembre de 1999, lo cual lo motivó y lo está haciendo, siguiendo las sugerencias de su hija en la forma de contar esta historia, donde se narran hechos heroicos increíbles desde la visión de varios familiares que fueron protagonistas.

Mientras seguía nadando, Martín recordó que, en una oportunidad, cuando era muchacho y jugaba de arquero en el equipo de futbolito “Miramar”, en los campeonatos que se realizaban en el Club Unión Canarias de Macuto, a quien lo catalogaban como uno de los mejores, una vez se le acercó un joven quien le dijo que también jugaba en la arquería, y que gracias a él se motivó a jugar en esa posición. No lo recordaba, lo conoció cuando era niño, pero se le presentó diciéndole que era el hermano menor de Goicoechea, un amigo del colegio, con quien hacia trabajos juntos. Martín lo vio jugar algunas veces y de verdad que lo hacía muy bien.

Martín se ha dedicado, aparte de su profesión cono urbanista valuador, a la docencia. Lleva más de 30 años dictando clases en cursos de formación profesional para asesores inmobiliarios, más recientemente en un diplomado que se dicta en convenio entre la Cámara Inmobiliaria de Venezuela y la UCAB, y en cada evento que asiste, relacionado con lo inmobiliario, siempre le llega alguien diciéndole “Profesor”. En una oportunidad dictó varios talleres de bienestar los cuales gustaron mucho, junto a su amigo Alberto Lindner El Grande, quien, además de arquitecto y profesor de la UNIMET, es promotor del bienestar. Y en la época de la pandemia COVID, cuando la mucha gente estuvo resguardada en sus casas por medio año 2000, solo saliendo si era estrictamente necesario, organizó junto a su amigo dos ciclos de charlas de bienestar, de manera virtual, lo cual permitió fortalecer el ánimo a muchos asistentes (desde sus casas), quienes vivían con desesperación cada día de claustro. Hasta el día de hoy, cuando ven a Martín, se le acercan para agradecerle esa iniciativa.



¿Tú has cruzado a nado el Orinoco Caroní? ¡Eres un valiente! ─le dicen a Martín cada vez que se toca el tema de la natación, bajo el paragua de la promoción y admiración de su esposa María Alejandra, quien es su mejor representante de imagen.

¡Cuatro veces lo ha cruzado! ─siempre le responde María Alejandra y le cuenta su vivencia como espectadora y de sus angustias de esposa esperando a que llegue a la meta.  Y señaló que, no fue al último cruce, porque no quería volver a pasar tanta angustia.

Pero, ¿No hay caimanes o pirañas? ─ le pregunta el entrépito, sobre todo porque desconocen este ambiente deportivo.

No, en ese tramo del cruce no hay. Además, con todo ese alboroto esas criaturas huyen aguas arriba o aguas abajo ─le responde Martín, siguiendo la expresión con una risa burlona ─por cierto, escribí un cuento de ficción sobre eso, aquí lo puedes leer, lo publiqué en mi blog “Martín Pelícano”: https://martinpelicano.blogspot.com/2023/07/282-el-caiman-del-orinoco.html ─termina diciéndole Martín.




En su estela que deja mientras sigue nadando, Martín recuerda la reunión que tuvo en la mañana con su amiga Ruth, quien se dedica al marketing y a la asesoría en marca personal. Le mostró la maqueta de colores e imágenes que le había diseñado para hacerle un refrescamiento o rediseño a su cuenta de “Instagram”. Le habló que tenía que explotar su imagen, su potencial, y que él, por sí solo, era una marca. A lo que le asentó de manera afirmativa, diciéndole que ciertamente tiene varios perfiles: miembro del Club de Escribidores de Caracas, que tiene un blog de cuentos Martín Pelícano, profesional de avalúos, CEO de la empresa Tir Inmobiliarios S.C., miembro de la Junta Directiva de la Cámara Inmobiliaria Metropolitana, que practica natación y que es docente y promotor del bienestar. Se rieron y acordaron que se debería proyectar todas esas versiones.

Exhausto de nadar los 2.500 metros en una hora y media, Martín sale de la piscina y, cuando va camino a los vestidores, se consigue con una compañera que le viene en sentido contrario, rumbo a nadar en el segundo turno.

  ¡Hola Martín! Eres mi héroe –dijo Andrea, quien estuvo presente en el mencionado campeonato.

  ¿Por qué? –dijo Martín con una sonrisa por el sorpresivo comentario, pensando que por qué Andrea le decía eso, si ella es una chica joven y fuerte nadando, además, también compitió y lo hizo muy bien.

  ¡Te parece poco! ¡Hacer 200 metros combinado y luego tirarte con otras tres competencias de 50 metros: crol, pecho y mariposa! Yo no me atrevo a tanto –dijo Andrea, dándole una palmadita en el hombro a Martín.




FIN

 

lunes, 12 de febrero de 2024

VAGOS RECUERDOS

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 06/02/2024

Toñito, llamado así por tener como Antonio su segundo nombre, vivió sus primeros años de nacido en una casa de vecindad, ubicada en la calle Las Perlas, que pasaba por detrás de la Iglesia San Sebastián de Maiquetía, en lo que anteriormente era el Estado Vargas y que recientemente se renombró por La Güaira, cuyo significado en lengua aborigen es “horno caliente”, adjetivo que se puede endosar perfectamente a dicha región. Sus recuerdos de esa vivienda eran muy borrosos o quizás fue algo que vio en una vieja fotografía a blanco y negro, su imaginación le dijo que se trató de un amplio patio de concreto, donde dio sus primeros pasos entre las macetas plantadas y una fuente que le servía de soporte para no caer.

Al poco tiempo, lo mudaron al sector de Pariata, a 30 minutos caminando (si eres adulto) al Oeste del casco de Maiquetía, específicamente en la Calle Real, casualidad para realzar su nombre de Antonio, que se refiere a “aquel que se enfrenta a sus adversarios” o “que es valiente”; vivió en el edificio Fidel Torres, el cual estaba frente a la plaza Cruz de Pariata, en un apartamento que estaba en el segundo piso, el cual permitía tener vista al lugar de confluencia de muchas confusiones entre carros y gente caminando.

En ese apartamento, a los 3 años, sintió el terremoto de 1967, aunque se enteró de eso cuando empezó a tener conciencia, porque su vago recuerdo era un movimiento de exagerado de vaivén de la ventana principal. Su inocencia no le permitió tener miedo, pero también recordó, estando en los brazos de su madre, ver a su papá asustado llegando por las escaleras. 

En ese lugar aparecieron sus tres hermanos, dos muy seguidos a su edad, de los cuales no tuvo conciencia de sus nacimientos, y el menor alumbró cuando él tenía 10 años. La sala - estar se convivió en una cancha para jugar al futbol, ver televisión en blanco y negro, la cena navideña, las discusiones fundamentalistas sin sentido, el lugar de hacer las tareas y estudiar, los festejos de cumpleaños y hasta las riñas a puñetazo, puesto que eran 4 machos alfa, y que terminaban con la intervención del correazo y el castigo de ponerlos de rodillas contra la pared, uno al lado del otro.

Por cierto, muchas veces se rompieron figuras de porcelana, que las arreglaban pegando los brazos, piernas o cabezas, con algo mágico que fue la pega EGA. También, en el cuarto, que ahora le llaman habitación, jugaban brincando en las camas o a piratas de alta mar, que se prestaban muy bien porque era de resortes. Una vez, a los papás se les ocurrió comprar camas tipo literas, hasta que el tercero, soñando seguramente a ser aviador, se calló pegando la cara contra el piso, al día siguiente serrucharon las camas para convertirlas en un solo nivel. El apartamento era tan grande que les permitía jugar al escondite, hasta se valía esconderse detrás de las grandes cortinas de la ventana.

Había un cuarto que lo llamaban “el cuarto viejo”, el cual era terrorífico porque siempre estaba oscuro, lleno de trastes viejos o no tan viejos, al que solo se entraba si era estrictamente necesario. También, había un lavadero, cerca de la cocina, que tenía una especie de maletero lleno de todo aquello que ya no se usaba, como la cuna, los adornos de navidad y otras cosas que no se decidían que fuesen escombros. Al lado de este lugar había un baño, que le decían “viejo”, para distinguirlo del otro que sí era de uso recurrente. Como en el nivel de planta baja del edificio había un almacén de víveres y alimentos, aparecían en el apartamento cantidades exageradas de cucarachas y ratas de todos los tamaños, a lo que venía bien tener animales en casa, como gatos o perros. En ese ambiente se criaron Martín y sus hermanos, por eso es que saben de bichos y de roedores.

A su mamá le decían Mamaíta, no solo sus hijos, también su papá (a quien le decían Papaíto) y la gente muy cercana a la familia. Ella les ponía mano fuerte a sus cuatro hijos varones. Les hacía cocinar, barrer, pasar coleto, en fin, limpiar toda la casa, porque en realidad era un apartamento grande.

Un día, cerca de navidad, Mamaíta salió y los dejó solo en casa. Eran aún niños o, como dicen ahora, pre-adolescentes y se pusieron creativos a jugar futbol en la sala. Se animaron tanto que hasta las cortinas de la ventana se movían al ritmo de las tensiones del juego. Ella vio desde la calle esa alegría. Los sorprendió cuando entró al apartamento y los castigó duramente. Ese día les dijo que ella era el Niño Jesús, pero ellos ya lo sabían, y que no iban a tener regalos, lo cual no ocurrió puesto que Papaíto intervino para suavizar la sanción.

Allí, Martín permaneció hasta tener más de 30 años, es decir, cuando se había convertido en un niño grande. Luego se mudaron a Carmen de Uria, casi llegando a Naiguatá, solo por 3 años porque entonces ocurrió el deslave de Vargas en Diciembre de 1999, pero eso es otra historia.

FIN

 

 

domingo, 16 de julio de 2023

¡YA VUELVO!

Fecha: 01/07/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

 

Era el mes de diciembre de 1999, diez días antes de navidad. Ellos celebraron su boda hasta el amanecer. Los padres del novio insistieron en que se quedaran en Caracas, pero preferían disfrutar de su luna de miel en su nuevo apartamento que habían comprado en el Litoral Central, sin importarles el mal tiempo que estaba haciendo.

La fuerte lluvia los acompañó por todo el camino. El cielo ennegrecido impidió que vieran el amanecer del nuevo día. Cuando estuvieron pronto a llegar a Caraballeda se encontraron con el tráfico estancado. Los vehículos no avanzaban. Luego de 15 minutos esperando, ya no tenían temas de conversación, él sugirió hacer el amor dentro del carro, pero ella no se atrevió, dijo que los vecinos los podían ver. Al rato sintieron que se les dificultaba respirar porque el vehículo ventilaba humo hacia adentro; entonces, lo apagaron, pero tuvieron que abrir un poco las ventanas para que entrara aire y así evitaron que los vidrios se empañaran.

Él insistió con sus ganas posando su mano sobre el muslo de ella, lo acarició provocando su excitación, pero ella le rogó que parara, que mejor era esperar llegar al apartamento. Esto lo afligió un poco, porque quería repetir experiencias anteriores, que fueron varias. Le dijo que cuando estuviesen solos en la habitación dejaría las riendas sueltas a las ganas. Lo importante ya había pasado: el matrimonio eclesiástico.

Transcurrido otros 45 minutos sin avanzar, se extrañaron al igual que los vecinos, que se comunicaban por medio de las ventanas medias abiertas, porque era inusual esa circunstancia. Pensaron que habría sucedido algún accidente grave más adelante, quizás un fuerte choque con varios decesos, pero hasta ese momento no habían escuchado alguna ambulancia o a los bomberos.

Pasó un policía cubierto con un chaleco impermeable. Él le preguntó el por qué del tráfico parado y le contestó que la vía estaba trancada, que no había paso debido a un derrumbe en la vía. La curiosidad lo mataba y fue cuando le dijo a su esposa “voy a averiguar”. Ella le dijo que se quedara, que seguramente pronto despejarían la calle.

La radio no tenía señal, como consecuencia del mal tiempo, por lo cual no podían escuchar alguna noticia al respecto. Ella, más despreocupada, puso un CD de música para oír al conjunto “Jarabe de Palo”, de inmediato se escuchó la canción “Vuelvo”. Ya había cesado la fuerte lluvia, solo garuaba continuamente. Cuando la canción entonaba el verso “vuelvo, a ser lo que siempre he querido ser”, él dijo de manera decidida “Ya Vuelvo, voy a averiguar que pasó”. Ella le pidió que se quedara, que no la dejara sola, pero no la escuchó, hasta le propuso que le haría el amor si se quedaba, pero no la escuchó.

Pasaron otros 15 minutos y ella vio que venía la gente corriendo y gritando de terror. Solo decían “corran, corran”. Los que estaban dentro de los vehículos, salían y corrían sin saber qué pasaba. Ella se quedó esperando para ver si su recién esposo llegaba, pero no llegó. Algunos le decían que saliera y corriera, pero no se animaba, esperó un buen rato.

Un bombero que pasó le dijo que tenía que salir y alejarse, porque era peligroso, puesto que el río San Julián se había desbordado y se estaba llevando todo lo que se atravesara por delante. La obligó a salir. Ella corría levantando su traje de novia y mirando de vez en cuando hacia atrás buscando a su esposo.

Cuando llegó a un lugar seguro, se paró, notó que la gente seguía corriendo en bandada, con caras de pánico, como si el mundo se estuviese acabando. Pero no vio a su marido. Solo le quedó sentarse y llorar de la angustia. Tenía la esperanza de encontrarse con él, porque le había dicho “Ya vuelvo” y eso fue una promesa.

FIN

LA CHICA SOBRE LA CALZADA

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 07/06/2023

 

Salieron temprano en la mañana para ir al mercado de los sábados, el cual se acostumbra a instalarse en un tramo de calle ubicado a dos cuadras del edificio donde vivían. Él llevaba a sus dos únicos hijos, de 9 y 10 años, varón y hembra, agarrados de manos. Cuando pasaron frente al centro comercial que quedaba cerca, se encontraron a una mujer tendida sobre la calle y con dos policías a su lado cuidándola. No había rastro de que le hubiese ocurrido algún accidente, o un atraco, ni cualquier otra situación que evidenciara esa condición. Estaba tendida. Parecía que estuviese dormida abrazando placenteramente el asfalto.

El niño, angustiado, con un tono de voz que mostraba angustia por lo sucedido a la chica, le preguntó a su padre:

Papá ¿Qué le pasó a esa mujer?

Quien le respondió:

La verdad que no sé, parece que se hubiese dormido.

Pero él intuía que podría tratarse de una mujer desmayada, producto de una borrachera nocturna, puesto que conocía que en ese centro comercial existían lugares de diversión para adultos, tales como burdeles, bares y de apuestas. Información que no quería compartir con los niños.

La niña estaba muy callada puesto que la escena la había impactado. Solo se atrevió a preguntar:

̶ ¿Y esos policías por qué no hacen algo?

El Papá le indicó que no la podían mover hasta saber qué fue lo que realmente le pasó.

Siguieron caminando al mercado. Los niños se agarraron más fuertes de las manos del Papá. Cuando llegaron al mercadito, se encontraron con una multitud de personas, un ambiente muy distinto al anterior lugar. Era otro mundo, uno de jolgorio, cada quien a lo suyo. Ellos ya sabían a lo que iban: comprar un ramo de flores y el desayuno.

Él decidió comprar margaritas blancas, porque siempre le recuerdan a su mamá, pero esta vez las acompañó de varios nardos, que desprendían una exquisita fragancia. Para desayunar, compraron cachapas con queso de mano, las cuales pidieron para llevar, puesto que comer en ese lugar era muy incómodo; además, había que tener cuidado con algunas moscas presentes. Cuando esperaban el pedido, vieron a una hermosa mujer, alta, de edad madura, parada al frente de ellos, que empezó a respirar de manera nerviosa, su semblante se puso amarillo pálido y, mientras sus ojos se le ponían en blanco, se desplomó hacia atrás. No hubo tiempo para amortiguarle la caída, dándose un duro golpe en la cabeza, y quedó desmayada sobre la calzada. Los que conversaban a su alrededor se apresuraron en atenderla. Algunos decían que se le había bajado la tensión, otros que se trataba de un infarto, hasta alguien llegó a mencionar que se trataba de un ACV. El Papá prefirió no opinar y llamó a emergencia.

Los niños, entre ellos, se dijeron que seguramente eso mismo le había pasado a la chica sobre la calzada, la que habían visto antes, pero que estaba sola cuando se desmayó y que por eso nadie la había atendido. Y que esos policías no servían, porque ni siquiera se atrevieron a levantarla, al contrario de ésta ocasión. El Papá, que los había escuchado, les dijo “¡Seguro hicieron como Yo, llamar a emergencias!”.  

FIN

VEREDA TROPICAL

Fecha: 30/05/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Ese día lo habían pasado muy bien. Se levantaron a las 6 de la mañana para ir a misa y de allí salieron a las 9. De la Iglesia, fueron a desayunar a un restaurant de comida natural y saludable, por aquello de comer sano y no ganar peso. Luego, decidieron ir al supermercado para comprar lo faltante en casa y aprovecharon para llevarle algo al Papá de él, a pesar que éste les había dicho que no necesitaba nada, como dicen todos los padres cuando llegan a viejos.

Le dejaron su parte de la compra al Papá y compartieron un rato. Él se tomó dos cervezas y dos copas de una bebida gaseosa que, a pesar de haberle puesto jugo de limón, tenía un desagradable sabor amargo, ella los rechazó porque no le gustaba. Salieron al mediodía. Tenían hambre y decidieron ir a almorzar a un buen restaurant. Para acompañar la carne que comerían, pidieron una botella de vino blanco para compartir. Ella tomó más que él. Luego, él pidió un whisky para acompañarla. En ese momento, había una pareja de cantantes que animaban el lugar, cantaban música de boleros. Ella le dijo a su esposo tenía una voz melodiosa, como la de él, también dijo que se parecía a la de Tito Rodríguez, un bolerista puertorriqueño de los años 40. Al terminar su bebida, él pidió un trago de la casa, ella también (para aprovechar y darle uno adicional). Le trajeron dos sambucas en las rocas. Al de salir del restaurant, él le preguntó que si estaba en condiciones de manejar, a lo que le respondió que sí, pero que luego le cedería el volante. De allí se fueron a otro lugar, pensaron en verse con un amigo que era capitán de meseros y también escuchar ballenatos, que a ella le encantan. Pero se llevaron una decepción, porque no estaba su amigo y el conjunto musical era de tres jóvenes con estilo moderno. A pesar de eso, para pasar el tiempo o más bien para justificar la sentada en la mesa,  pidieron una copa de vino blanco, para ella, y una cerveza, para él.

Al salir, después de haber bebido todo esos licores, ella tomó las llaves del carro. Dijo que se sentía bien para manejar; aunque él no estuvo conforme, la dejó que siguiera conduciendo ya que estaba sarataco. Tomó la ruta de la colina, que no hubiese sido la que él habría escogido. En la radio del vehículo sonaba la canción “Vereda Tropical”, un viejo bolero que sonó a ritmo de salsa romántica, cantada por Rey Ruiz. Ella la cantó a todo gañote, él no, porque prefería escucharla y su voz lo enamoraba. Llegaron a una intersección, él vio por el rabillo del ojo derecho que venía un carro, pero no quiso avisarle para no asustarla, porque siempre le reclama cuando hace eso, además no había tiempo porque venía a velocidad imprudente. El choque fue inminente, llegó de manera intempestiva, por el costado donde él estaba sentado, fue fuerte. A ella no le dio tiempo a reaccionar. Tampoco a él, quien sintió el golpe en su pierna, le dolió hasta las entrañas, se dio cuenta que el golpe fue grave, pero se aguantó, prefirió no quejarse, para no angustiarla. Ella solo se golpeó levemente en la sien con la ventana. En ese momento se escuchó en la radio la estrofa de la referida canción: “Hoy solo me queda recordar, mis ojos mueren de llorar, el alma muere de esperar”. Él sintió escalofrío en todo su cuerpo y solo le tuvo tiempo de decirle a ella que todo estaría bien y que la amaba hasta el infinito, que su vida fue buena gracias a ella.

FIN

282, EL CAIMÁN DEL ORINOCO

Fecha: 30/06/2023

Autor: Martín A. Fernández Ch.

En esta oportunidad le asignaron el número 282, para identificarlo en el cruce a nado del Orinoco – Caroní, que va desde el pueblo de Barrancas hasta la ciudad de San Félix. En línea recta, se trata de una distancia de 3.100 metros, aunque dicha longitud puede variar dependiendo de la estrategia del nadador para lograrlo, algunos, los más fuertes, nadan sin desviarse, otros prefieren ir en diagonal contra corriente, aprovechando  la protección de la isla Fajardo, la cual se encuentra casi a medio camino, reduciendo la fuerza del cauce.

En la salida, estando en la playa de Barrancas, 282 observó que había pocos nadadores, no llegaban a 50, cuando en oportunidades anteriores eran más de 500 personas. Su compañera de equipo, quien  estaba por fuera, le gritaba que se retirara. Él no asistió al congresillo que se dictó en el día anterior, momento en el cual los organizadores hablan sobre las normas para el cruce y de la fuerza de la corriente. Asumió que tan reducida cantidad de competidores se debía, seguramente, a que las condiciones eran muy adversas, pero luego recordó que en el camino de venida vio que el nivel del agua estaba bajo; por lo cual, la razón debía ser otra que desconocía. No hizo caso a su amiga, porque el año pasado pudo hacer el reto sin problema y supuso que en esta oportunidad también podría.

Al sonar la chicharra de salida, los competidores se lanzaron al agua y comenzaron a nadar, algunos con mucha energía y otros iban más pausados buscando disfrutar de la competencia, puesto que asumían que no tenían oportunidad de ganar, pero sí complacían su deseo de poder cruzar todo el trayecto.

El 282 pensó hacer la misma estrategia de siempre: nadar el Orinoco en dirección a la isla Fajardo, buscar su orilla para ralentizar su nado y así descansar y, luego de pasarla, nadar cierto tramo del río Caroní en dirección hacia su naciente; después, ir visualizando alguna playa por encima de la llegada, mirando siempre en esa dirección y cuidándose que la corriente no lo desviara.

Cuando 282 se acercó a la orilla de la isla Fajardo, justamente en el momento que su astigmatismo le permitió ver con claridad, observó que había unos grandes y feroces caimanes amarrados en la orilla, eran Caimanes del Orinoco, muy largos y gruesos, como de 7 metros y más de 350 kilos. Algunos de ellos rompieron sus cadenas de tanto forcejeo cuando vieron a los nadadores pasar. Entonces, observó que uno de ellos atacó al que estaba más adelantado, a quien aventó hacia arriba y lo volvió a morder por su tronco. No lo soltó, giraba con el cuerpo y luego se hundieron. Otro caimán que logró soltarse agarró al siguiente nadador, pero por la cabeza, desprendiéndosela de un tajo. Él pensó que no lo iban a atacar porque esos animales estarían entretenidos y seguramente habían saciado su hambre, pero temió que otro se fuera a soltar, por lo cual, nadó lo más fuerte que pudo para pasar pronto ese tramo. Se abrió camino entre la sangre de las víctimas, tropezándose en el trayecto con partes desprendidas de los cuerpos. Se atrevió a mirar hacia atrás y le asustó el escenario, todos los caimanes se habían soltado y era una carnicería. Esta situación lo obligó a cambiar su estrategia.

Al pasar la referida isla del terror, miró río arriba, buscando la oportunidad de nadar cubriéndose de la corriente, como lo había pensado, pero en ese lado también había caimanes. Esto obligó a 282 nadar en dirección recta, sin desviarse, y apurar los ciclos de brazadas. De vez en cuando veía hacia atrás, donde ya no había animales amarrados, todos se habían soltado atacando a los más rezagados, lo cual lo aterrorizó provocando que nadara más rápido aún.

En el tramo medio del Caroní, los pocos nadadores que quedaban se sintieron más aliviados, ya que los caimanes se habían dispersado y buscaron reposar en las distintas playas del lado del Orinoco. Ya habían calmado su hambre. El 282 se recordó de aquella canción de Billo´s Caracas Boys, que escuchó cuando niño, la cual decía “se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla”. Pero apareció otra sorpresa, varias embarcaciones se acercaron a los lados de los nadadores que andaban aguas abajo y vaciaron varias jaulas de peces al agua, gritando al mismo tiempo “no paren de nadar que allí van las Pirañas”. Estos nadadores fueron atacados de manera inmediata, se les escuchó gritar de pánico, golpeaban el agua buscando asustar a los sanguinarios peces, pero luego se hundieron y solo se vio surgir la sangre y el agua se revolvió por la agitación de estas criaturas.

Esta crueldad de los organizadores provocó ira en 282; sin embargo, no le quedó otra que nadar por su supervivencia. Pensó que había suficiente sangre dispersa en el agua como para que no lo fueran a atacar, pero cuando solo le faltaban 300 metros para alcanzar la meta, sintió algunas mordidas en las piernas y en el torso. Se preguntó por los caimanes, que son los principales depredadores de las pirañas. Él nadaba más rápido, buscando sacudirse a éstos carnívoros y así como también, daba medios giros con su cuerpo para lograr zafárselos. Cuando pudo llegar a dicha meta, al salir del agua caminando a la playa, 282 sangraba por todas partes de su cuerpo, con su traje de baño destruido que dejaba mostrar sus partes íntimas mordidas, estaba muy débil. Sintió algo doloroso en su oreja derecha y al tocarla con su mano, se dio cuenta que le faltaba por completo y que sangraba. El personal de emergencia se le acercó para atenderlo y 282 estaba tan exhausto que cayó al piso.

En la playa de llegada, el público lo aplaudió efusivamente, puesto que llegó de primero y había batido el record de tiempo, además, fue el único que pudo llegar a salvo, aunque no entero.  Cuando recuperó el aliento y sus fuerzas, levantó la cabeza y buscó con la vista el lugar donde se encontraban las autoridades del evento y les hizo una señal grotesca con su mano derecha ensangrentada, mostrando que le faltaba su dedo medio, dejando claro su protesta por tan absurda y maquiavélica idea, pero ellos solo se rieron.

Más tarde, se consiguió con su compañera de equipo, quien lo abrazó y le dijo que fue muy valiente en competir. Al ver que 282 estaba energúmeno, ella le señaló que en el congresillo se avisó sobre estas novedades, que lo advirtieron, que eso le pasó por no haber asistido, al igual que los difuntos, cuyas partes seguramente ya habían llegado  al Mar Caribe.

La gente de la prensa se le acercó para entrevistarlo y 282 les dejó claro que las condiciones establecidas para la competencia fueron inhumanas y una irresponsabilidad de los organizadores, provocando la reducida participación y la muerte de casi todos los que nadaron, que por desconocimiento se atrevieron a realizar el cruce. Al día siguiente, los periodistas publicaron lo que quisieron o lo que le dejaron escribir. Uno de los artículos, que fue titulado “282, el Caimán del Orinoco que venció a las pirañas”, lo resaltaron como el gran nadador que obtuvo el mejor registro de tiempo de la historia de esa competencia, y que eso fue gracias a la extraordinaria organización del Alcalde de San Félix.

FIN

EXISTEN LOS MILAGROS

  Autor: Martín A. Fernández Ch. (Martín Pelícano) 17/06/2025   - ¿Qué es un milagro? - preguntó Mantarraya Azulejo, en un momento que s...