Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha:
06/02/2024
Al poco tiempo, lo mudaron al sector de Pariata, a 30 minutos caminando (si eres adulto) al Oeste del casco de Maiquetía, específicamente en la Calle Real, casualidad para realzar su nombre de Antonio, que se refiere a “aquel que se enfrenta a sus adversarios” o “que es valiente”; vivió en el edificio Fidel Torres, el cual estaba frente a la plaza Cruz de Pariata, en un apartamento que estaba en el segundo piso, el cual permitía tener vista al lugar de confluencia de muchas confusiones entre carros y gente caminando.
En ese apartamento, a los 3 años, sintió el terremoto de 1967, aunque se enteró de eso cuando empezó a tener conciencia, porque su vago recuerdo era un movimiento de exagerado de vaivén de la ventana principal. Su inocencia no le permitió tener miedo, pero también recordó, estando en los brazos de su madre, ver a su papá asustado llegando por las escaleras.
En ese lugar aparecieron sus tres hermanos, dos muy seguidos a su edad, de los cuales no tuvo conciencia de sus nacimientos, y el menor alumbró cuando él tenía 10 años. La sala - estar se convivió en una cancha para jugar al futbol, ver televisión en blanco y negro, la cena navideña, las discusiones fundamentalistas sin sentido, el lugar de hacer las tareas y estudiar, los festejos de cumpleaños y hasta las riñas a puñetazo, puesto que eran 4 machos alfa, y que terminaban con la intervención del correazo y el castigo de ponerlos de rodillas contra la pared, uno al lado del otro.
Por cierto, muchas veces se rompieron figuras de porcelana, que las
arreglaban pegando los brazos, piernas o cabezas, con algo mágico que fue la pega
EGA. También, en el cuarto, que ahora le llaman habitación, jugaban brincando
en las camas o a piratas de alta mar, que se prestaban muy bien porque era de
resortes. Una vez, a los papás se les ocurrió comprar camas tipo literas, hasta
que el tercero, soñando seguramente a ser aviador, se calló pegando la cara
contra el piso, al día siguiente serrucharon las camas para convertirlas en un
solo nivel. El apartamento era tan grande que les permitía jugar al escondite,
hasta se valía esconderse detrás de las grandes cortinas de la ventana.
A su mamá le decían Mamaíta, no solo sus hijos, también su papá (a quien le
decían Papaíto) y la gente muy cercana a la familia. Ella les ponía mano fuerte
a sus cuatro hijos varones. Les hacía cocinar, barrer, pasar coleto, en fin,
limpiar toda la casa, porque en realidad era un apartamento grande.
Un día, cerca de navidad, Mamaíta salió y los dejó solo en casa. Eran aún
niños o, como dicen ahora, pre-adolescentes y se pusieron creativos a jugar
futbol en la sala. Se animaron tanto que hasta las cortinas de la ventana se
movían al ritmo de las tensiones del juego. Ella vio desde la calle esa alegría.
Los sorprendió cuando entró al apartamento y los castigó duramente. Ese día les
dijo que ella era el Niño Jesús, pero ellos ya lo sabían, y que no iban a tener
regalos, lo cual no ocurrió puesto que Papaíto intervino para suavizar la
sanción.
Allí, Martín permaneció hasta tener más de 30 años, es decir, cuando se había
convertido en un niño grande. Luego se mudaron a Carmen de Uria, casi llegando
a Naiguatá, solo por 3 años porque entonces ocurrió el deslave de Vargas en
Diciembre de 1999, pero eso es otra historia.
FIN