lunes, 12 de febrero de 2024

VAGOS RECUERDOS

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Fecha: 06/02/2024

Toñito, llamado así por tener como Antonio su segundo nombre, vivió sus primeros años de nacido en una casa de vecindad, ubicada en la calle Las Perlas, que pasaba por detrás de la Iglesia San Sebastián de Maiquetía, en lo que anteriormente era el Estado Vargas y que recientemente se renombró por La Güaira, cuyo significado en lengua aborigen es “horno caliente”, adjetivo que se puede endosar perfectamente a dicha región. Sus recuerdos de esa vivienda eran muy borrosos o quizás fue algo que vio en una vieja fotografía a blanco y negro, su imaginación le dijo que se trató de un amplio patio de concreto, donde dio sus primeros pasos entre las macetas plantadas y una fuente que le servía de soporte para no caer.

Al poco tiempo, lo mudaron al sector de Pariata, a 30 minutos caminando (si eres adulto) al Oeste del casco de Maiquetía, específicamente en la Calle Real, casualidad para realzar su nombre de Antonio, que se refiere a “aquel que se enfrenta a sus adversarios” o “que es valiente”; vivió en el edificio Fidel Torres, el cual estaba frente a la plaza Cruz de Pariata, en un apartamento que estaba en el segundo piso, el cual permitía tener vista al lugar de confluencia de muchas confusiones entre carros y gente caminando.

En ese apartamento, a los 3 años, sintió el terremoto de 1967, aunque se enteró de eso cuando empezó a tener conciencia, porque su vago recuerdo era un movimiento de exagerado de vaivén de la ventana principal. Su inocencia no le permitió tener miedo, pero también recordó, estando en los brazos de su madre, ver a su papá asustado llegando por las escaleras. 

En ese lugar aparecieron sus tres hermanos, dos muy seguidos a su edad, de los cuales no tuvo conciencia de sus nacimientos, y el menor alumbró cuando él tenía 10 años. La sala - estar se convivió en una cancha para jugar al futbol, ver televisión en blanco y negro, la cena navideña, las discusiones fundamentalistas sin sentido, el lugar de hacer las tareas y estudiar, los festejos de cumpleaños y hasta las riñas a puñetazo, puesto que eran 4 machos alfa, y que terminaban con la intervención del correazo y el castigo de ponerlos de rodillas contra la pared, uno al lado del otro.

Por cierto, muchas veces se rompieron figuras de porcelana, que las arreglaban pegando los brazos, piernas o cabezas, con algo mágico que fue la pega EGA. También, en el cuarto, que ahora le llaman habitación, jugaban brincando en las camas o a piratas de alta mar, que se prestaban muy bien porque era de resortes. Una vez, a los papás se les ocurrió comprar camas tipo literas, hasta que el tercero, soñando seguramente a ser aviador, se calló pegando la cara contra el piso, al día siguiente serrucharon las camas para convertirlas en un solo nivel. El apartamento era tan grande que les permitía jugar al escondite, hasta se valía esconderse detrás de las grandes cortinas de la ventana.

Había un cuarto que lo llamaban “el cuarto viejo”, el cual era terrorífico porque siempre estaba oscuro, lleno de trastes viejos o no tan viejos, al que solo se entraba si era estrictamente necesario. También, había un lavadero, cerca de la cocina, que tenía una especie de maletero lleno de todo aquello que ya no se usaba, como la cuna, los adornos de navidad y otras cosas que no se decidían que fuesen escombros. Al lado de este lugar había un baño, que le decían “viejo”, para distinguirlo del otro que sí era de uso recurrente. Como en el nivel de planta baja del edificio había un almacén de víveres y alimentos, aparecían en el apartamento cantidades exageradas de cucarachas y ratas de todos los tamaños, a lo que venía bien tener animales en casa, como gatos o perros. En ese ambiente se criaron Martín y sus hermanos, por eso es que saben de bichos y de roedores.

A su mamá le decían Mamaíta, no solo sus hijos, también su papá (a quien le decían Papaíto) y la gente muy cercana a la familia. Ella les ponía mano fuerte a sus cuatro hijos varones. Les hacía cocinar, barrer, pasar coleto, en fin, limpiar toda la casa, porque en realidad era un apartamento grande.

Un día, cerca de navidad, Mamaíta salió y los dejó solo en casa. Eran aún niños o, como dicen ahora, pre-adolescentes y se pusieron creativos a jugar futbol en la sala. Se animaron tanto que hasta las cortinas de la ventana se movían al ritmo de las tensiones del juego. Ella vio desde la calle esa alegría. Los sorprendió cuando entró al apartamento y los castigó duramente. Ese día les dijo que ella era el Niño Jesús, pero ellos ya lo sabían, y que no iban a tener regalos, lo cual no ocurrió puesto que Papaíto intervino para suavizar la sanción.

Allí, Martín permaneció hasta tener más de 30 años, es decir, cuando se había convertido en un niño grande. Luego se mudaron a Carmen de Uria, casi llegando a Naiguatá, solo por 3 años porque entonces ocurrió el deslave de Vargas en Diciembre de 1999, pero eso es otra historia.

FIN

 

 

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